Cuando miro hacia atrás en mi vida, me doy cuenta de que cada vez que creía que estaba siendo rechazad@ por algo bueno, en realidad estaba siendo redirigid@ hacia algo mejor.
Steve Maraboli

Es muy fácil contestar cuando tienes claro quien eres ¿verdad? Pero cuando no es así, y lo cierto es que es lo que pasa en la mayoría de las ocasiones, tienes miedo. De la soledad, del aburrimiento, de la falta de cariño … y de un montón de cosas más que nos da la pertenencia a un grupo.

Y esto no es malo, ni mucho menos. El problema viene cuando la necesidad de encajar nos diluye y nos aparta de nuestra individualidad. No nos engañemos. El mundo está pensado para que encajemos en algún lugar, grupo, sexo, raza, religión… Y si no lo hacemos, nos preocupamos. A veces hasta tenemos miedo.

Es desde pequeños cuando ocurre. La estructura social donde vivimos nos conduce hacia la conformidad. Es un tipo de influencia social que implica un cambio en creencias o conductas para encajar en un grupo. Este cambio puede ser en respuesta a una presión real (cuando el grupo está presente) o imaginaria (en respuesta a la presión de normas o expectativas). La conformidad puede ser definida de una forma simple como “plegarse a la presión de un grupo”, definición de Crutchfield en 1955.

rompecabezas-puzzleLa conformidad más común es la que ejercen los grupos mayoritarios en cualquier ámbito. Ésta se refiere tanto a estar de acuerdo con la mayoría, que puede estar provocada por mencionado deseo de encajar o gustar, ser correctos, o a adaptarnos a las normas sociales que se supone nos identifican.

Este fenómeno cotidiano puede tomar diferentes formas perversas, como es el acoso escolar, la persuasión, la crítica … y es aquí donde empiezan los problemas. No todas las personas se quieren adaptar a la presión social. De hecho, hay muchos factores que pueden contribuir a nuestro deseo de ser independientes del grupo.

Valorar la autosuficiencia, el criterio propio o el derecho a la diferencia individual, entre otros factores son algunos de ellos. Pero conseguir que nuestra individualidad nos haga sentir felices no es sencillo.

Es por esto que resulta especialmente importante que eduquemos a nuestros hijos e hijas en su propio conocimiento. Que no les empujemos a adaptarse para sobrevivir o para encajar. Es una tarea complicada que, en muchas ocasiones, exige muchísimo esfuerzo y dedicación. Pero que vale la pena.

Porque no deja de ser curioso que tengamos una preocupación constante por la autoestima, a un nivel general y no seamos capaces de entenderla a un nivel individual. Esta se forma desde pequeños y tiene mucho que ver con la capacidad que tengamos de hacer que nuestros hijos sean felices como son. Es un trabajo que tiene que ver con la aceptación.

No hay juicios, etiquetas, adjetivos, valores, comparaciones. Todo es tal como es. Esto es aceptación.

Los juicios y etiquetas sirven a nuestra mente para catalogar, lo que percibimos, pero se quedan muy lejos de describir con precisión y plenitud nuestra realidad. De hecho, a menudo no son juicios ni etiquetas, sino prejuicios y pre-etiquetas, valores automáticos que le damos a lo que nos rodea sin ni siquiera darnos la oportunidad de ver más allá, de observar de nuevo una realidad que tal vez sea totalmente distinta a cómo valoramos una realidad semejante en una ocasión anterior, lo que propició el prejuicio.

La aceptación a menudo se confunde con la resignación, cuando no lo es. La resignación constituye una forma de conformidad a pesar de que no nos guste. La aceptación no lo es. Es el reconocimiento de quienes somos, de nuestros valores, de nuestra individualidad para, a partir de ahí, crecer como personas.

Una vez lo conseguimos, podemos pasar a un siguiente nivel. La pertenencia. Que no es otra cosa que la identificación temporal con otras personas y sus valores, proyectos o pensamientos. Es una elección, nunca una imposición.

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