Si exagerásemos nuestras alegrías, como hacemos con
nuestras penas, nuestros problemas perderían importancia.
Anatole France

Quizás soy yo. O no. Pero la verdad es que llevo cierto tiempo cuestionándome algo que me gustaría compartir con todos ustedes. Y no es otra cosa que el sentido del humor. La capacidad de ver el lado brillante o positivo de las situaciones, del día a día, de nuestra vida en general.
Si acudimos a la psicología positiva en sus primeros planteamientos, encontramos curiosas investigaciones que nos resaltan que aquellas personas que ven la vida con alegría y buscan un motivo gozoso para su existencia, viven más. Resulta curioso leer a Martin Seligman; como monjas que contaban como se habían incorporado a su convento para compartir la dicha del mensaje cristiano, eran las más longevas. También ocurría con aquellas personas que sonreían en sus fotos de fin de curso. Podemos argumentar que este estudio puede estar condicionado por el sesgo optimista y que seguro que hay otras muchas razones, especialmente físicas, que lo justifican. Puede ser. Pero hace que deje de pensar en la influencia que tiene la seriedad, concebida como falta de humor y cara de circunstancia, en nuestra vida diaria.
Lo veo cotidianamente. Nos intentan desactivar cualquier enfoque positivo o alegre que podamos darle a un determinado problema. ¡Esto es muy serio! ¡No podemos perder el tiempo en ver el lado positivo! Pues quizás es ahí en donde nos encontramos la raíz del problema. En caer en un enfoque negativista e inmovilista, que lo que persigue es “recuperar” lo que teníamos. Como si esto fuera algo que valiese la pena. Por otro lado, parece haber un reconocimiento generalizado de la necesidad de un enfoque creativo que promueva un cambio real, para conseguir avanzar como sociedad, hacia un modelo más saludable, sostenible y solidario.

Laughing babies: the ancient practice of forcing strangers to look at pictures of your children basi

Y ¿qué es lo que va mal entonces? Aparte de la ingenuidad de pensar que todo el mundo es bueno, la estructura de lo que ocurre a nuestro alrededor es estática. Se nos hace pensar en que estamos recuperándonos, que vamos por el camino adecuado. Pero, detengámonos un momento a reflexionar.
Estamos utilizando los mismos mecanismos que nos hicieron caer en este desastre para volver ¿a donde? Y ese es para mí, el lugar de reflexión más importante. Si no nos detenemos a considerar que objetivos reales, que impliquen a las personas, a su bienestar y a su felicidad, esto es un fracaso. Es el maquillaje de una situación que no va a las raíces de lo que es importante en realidad.
Emplear recursos como el sufrimiento, para conseguir que las personas interpreten que desproveerles de derechos básicos, como la vivienda, la sanidad, o su trabajo, no funciona. Porque de la única forma que el ser humano entiende los cambios, aunque sean dolorosos, es si siente que merecen la pena. Y esto con un modelo paternalista autoritario, como el que tenemos encima, no va. Hace años que la psicología educativa lo dejo claro.
Mi propuesta es sencilla. Planteemos el sentido del humor, la alegría y el positivismo como estrategias y objetivos de toda aquella planificación que nos estemos proponiendo. Y sumémonos a ello, claro. Porque de nada sirve que unos estén pasando por momentos complicados mientras otros parecen estar jugando en un partido sin arbitro ni reglas. Llegar a un consenso básico sobre aquello que es importante para toda la sociedad, individuo a individuo, de que podemos prescindir, porque no aporta bienestar a las personas, se convierte en un objetivo primordial a abordar.
Esto se puede hacer desde una propuesta constructiva, en donde hablemos de resiliencia en lugar de sacrificio y en donde el ser humano sea el protagonista de un cambio real. Por encima de cualquier estado, religión o ley.
Porque, ya esta bien de engañarnos con la complejidad, con la seriedad. Pongámonos a trabajar en lo que hace feliz a las personas. Y les aseguro. Son las cosas más sencillas … y ¡divertidas!

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