Esta situación está siendo muy complicada de gestionar para muchas personas. Pero no lo estamos considerando, al contrario. Seguimos apelando a la responsabilidad, al miedo o, incluso a las descalificación personal, para que las personas cumplamos las normas que, de forma muchas veces inconsistente, se van dictando para poder contener la pandemia.
Estamos olvidando -y no es la primera vez que lo comento-, la salud mental. Desde el principio se ha obviado la importancia del comportamiento y de su relevancia en la implantación de las medidas de prevención.
Y, de aquellos polvos, nos llegan estos lodos.
Algo hemos hecho terriblemente mal en la salud mental cuando, en momentos en los cuales está en riesgo, y además necesitamos tirar de ella para poder sobrellevar una situación como esta, la hemos ninguneado.
Desde conversaciones en las cuales muchas personas, buscando apoyo, se encuentran con respuestas como que todos estamos igual, hasta profesionales del ámbito sanitario, que se permiten poner en duda cuál es el estado mental de un paciente, sin tener ningún tipo de formación para hacerlo. Incluso habiendo sido paciente de COVID19. Pero, y esto es lo más preocupante, la salud mental se ha caído de los planes de atención y contención del SARSCOV-2.
Más allá de un recordatorio -les confieso-, poco esperanzado, para que se elabore una estrategia psicosocial que nos permita afrontar, al menos, lo que puede ser la mayor crisis no bélica de la historia de la humanidad, esto es una llamada de preocupación respecto cómo vamos a seguir manejando algo que inevitablemente, va a tener consecuencias en nuestra salud mental.
Y esto se vuelve algo especialmente preocupante si hablamos de los más pequeños, que llevan desde hace ya unos cuantos meses en la escuela, la perspectiva es francamente preocupante. Niños y niñas que se introducen la comida por debajo de la mascarilla, que están tristes, preocupados, por cómo se está desarrollando todo. A estos niños vamos a tener que reintegrarles en una normalidad futura, que todavía nadie sabe predecir. Pero su realidad actual, está siendo de absoluta ciencia ficción.
Mi reflexión de hoy quiere ser una llamada de atención tanto a nivel individual, familiar, laboral, social e incluso político. Estamos olvidando la salud mental. Y, no se porque razón, más allá de la desidia, el ego o la falta de planificación.
No podemos hacerlo. Las personas que ahora están sufriendo, y lo están pasando mal, en un futuro podrá ocurrir que no puedan gestionar su vida por haber desarrollado un trastorno mental que en su momento no se consideró o se trató adecuadamente.
Esta situación no es extraña. Ocurre frecuentemente en crisis como estas. Nos centramos en la solución del problema nos extraña, y nos olvidamos de quién se queda por el camino intentando solucionarlo, o afrontarlo. Así ocurrió con los aplausos, con los agradecimientos a los “héroes” que, como ellos mismos se encargaban de recordarnos, simplemente hacían su trabajo, con toda la profesionalidad posible. En ocasiones, en condiciones deplorables.
Alguien me comentaba hace unos días que esto es una guerra -afortunadamente no es así-, pero me sirvió para darme cuenta como la semejanza parece haber calado en lo que se refiere a la salud mental. Y no se me quitan de la cabeza esas películas o series televisivas en las que vemos como los veteranos de muchas contiendas bélicas, terminan trastornados y, en la mayoría de los casos, sin recibir una adecuada atención a su salud mental.
Si esto se parece a una guerra, preparémonos para el Trastorno de Estrés Post Traumático que esta por venir. O, mejor, vayamos poniendo todas las medidas posibles para ir anticipándolo. Para apoyar a quién no lo está pasando bien en estos momentos, con ansiedad, fobias, miedo al futuro … sin poder ni saber gestionar una incertidumbre de proporciones desconocidas.
Por esto el título de mi reflexión de hoy. Dejemos de ningunear la salud mental.