Los resultados de los cambios políticos rara vez son aquellos que sus amigos esperan o que sus enemigos temen
Thomas H. Huxley
Llega otra cita electoral en España. Esta vez son nacionales. Llevo un tiempo pensando en que hacer con las papeletas ese día. Siempre he votado. No lo dejaré de hacer nunca. Tengo suficiente memoria para recordar tiempos en que esto no era posible en este país.
Creo también que el voto debe ser algo íntimo, secreto. Respetando sobremanera a quienes deciden hacerlo público. No es mi caso.
Pero algo que si puedo hacer es contar que influirá en mi voto. Aunque todavía queden unos días para el momento de ir a depositarlo.
No me gustan los “lemas electorales”, me parecen una profunda falta de respeto. Una especie de “café para todos”, que debe servir igual en todo el país. Y no es posible. Además de que algunos suenan profundamente falsos en bocas de algunos o algunas candidatas.
Hay muchas personas que están en listas de algunos partidos, que me lo ponen fácil para no votarles. Les conozco. Son más de lo mismo. Independientemente de su color.
Otras personas no me convencen con su llegada a última hora a nuevas opciones. No me cuadran. Lo siento. No quiero representantes sin convencimiento en lo que hacen.
Me convence la coherencia. Eso es lo primero que me gusta de alguien que va a postularse a dirigir un país malherido. Y esto estrecha muchísimo mis opciones.
Me molesta que, elección tras elección, todos prometan cosas muy coherentes que luego no cumplen. Desgraciadamente es la norma en este territorio multicolor que es el estado español.
Me lo tomo en serio. Y me preocupa mucho la responsabilidad que sentiré si quienes voto, me defraudan o lo hacen con el país.
Por esto mi voto irá a quien ha sido coherente con sus ideas, ha tendido la mano a otras personas y ha abierto puertas de su opción electoral. Es sencillo. En psicología sabemos de la importancia del modelo. Y conocemos que quienes nos lideran nos definen.
Por esto votar es importante. Es decidir el carácter de un pueblo.