Dar amor, constituye en sí, dar educación.
Eleonor Roosevelt
No se asusten. No me he vuelto conspiranoíco. Es algo mucho más sencillo que esto. Y lleva ocurriendo desde el principio de los tiempos. ¿Ya saben de que hablo? Les doy más pistas. Se trata de coherencia … y de educación. Seguro que ahora si lo ven.
Nuestros pequeños y pequeñas son auténticas esponjas. Nos imitan, nos ven todo el tiempo. Observan lo que hacemos y son capaces de asimilar muchas entradas de información al mismo tiempo. Y también lo son, de decidir por la que optar cuando tienen que hacerlo. Por mucho que les digamos lo que es bueno y lo que es malo, lo que se puede o no hacer, nada es más poderoso que el modelado.
El modelo de autoridad que hasta no hace mucho tiempo en nuestro país reguló las relaciones de la infancia y juventud con el mundo adulto (padres, madres, profesores…), se ha ido transformando a medida que nuestra sociedad ha ido evolucionando. Sin embargo, ni las familias ni la escuela, ni la población en general han sido capaces de analizar lo que supone esta transformación. Una de sus consecuencias más visibles ha sido el paso de un modelo de autoridad rígida, basado en la obediencia incontestable hacia el adulto, a otros modelos permisivos en los que conceptos como autoridad, límites, disciplina son descalificados como trasnochados. Es como si hubiésemos pasado de un lado a otro sin aprender del camino.
Muchas padres y madres pierden el control de sus hijos, sin ser conscientes de como ocurrió. Y ocurre en cualquier momento. Puede ser cuando son más pequeños y nos sorprendemos viendo a pequeños tiranos absolutamente fuera de control o cuando son un poco más mayor y se enfrentan a una nueva socialización. Programas como Hermano Mayor o SuperNanny, que se emiten en las televisiones de nuestro país, nos asombran con las situaciones que nos muestran. Y con la aparente facilidad con las que se han desarrollado.
Porque si hay algo que parece común a como nuestros hijos e hijas se “pierden” es la aparente ignorancia de los padres sobre como se pudo llegar hasta ahí. Pero no es así.
Como educadores primarios en nuestra familia, debemos ser conscientes de algo esencial: el movimiento se demuestra andando. O dicho de otra forma. Podemos establecer todas las normas que deseemos, dar todos los discursos que queramos. De una forma más o menos autoritaria o democrática. Pero la realidad que, lo que ven, es lo que aprenden.
Y si nosotros mismos no somos capaces, en muchas ocasiones, de seguir las pautas que tratamos de imponer a nuestros hijos, difícilmente vamos a conseguir que las asuman o que tengan algún impacto en su vida.
Por esto acudo, una vez más, a una de las bases de la psicología del aprendizaje: la observación. En resumen, harán lo que ven, así de sencillo. No vale eso de “Yo soy adulto, y por eso fumo; pero tu no lo hagas. Es malo”. Digámoslo claramente. No sirve. No se lo creen. Y lo que es más, podemos estar transmitiendo un mensaje confuso: “Haz lo que tu quieras, y di lo que quieran oír los demás”.
Si queremos cambiar la forma de educar es por aquí donde debemos comenzar. Con coherencia y consciencia. Coherencia entre lo que decimos y hacemos y consciencia de nosotros como modelos de los más pequeños. Es el principio de la prevención de cualquier conducta indeseada en el futuro. La promoción de valores a través del ejemplo, que dirían nuestros mayores. Siempre se aprende mucho más practicando que escuchando.
No les quepa la menor duda de ello.