Es absolutamente imposible encarar problema humano alguno con una mente carente de prejuicios.
Simone De Beauvoir
Nos gusta pensar que no es así, pero lo cierto es que la noción «nosotros contra ellos», ha construido nuestra sociedad. Nuestros intereses y creencias están pensados para separar a las personas en grupos según sus identidades. Desde lo más nimio, como el tipo de helado que nos gusta hasta la religión, la orientación sexual o la raza. Esta mentalidad va construyendo, con el paso de nuestros años y, por lo general, de forma inconsciente, crecen los prejuicios y la discriminación, hasta poder convertirse en normas sociales, condicionando nuestra conducta e, incluso, nuestras leyes.
Este proceso invisible de aleccionamiento nos priva de nuestra libertad individual, llegando a crear mecanismos de violencia, separación y odio. Para poder comprender como llegamos hasta estos extremos, debemos entender que son los sesgos implícitos. El fundamento de esta forma excluyente de desenvolvernos en la vida.
Aunque no lo creamos, los estereotipos pueden ser buenos. Son generalizaciones que, en ocasiones pueden evitarnos problemas o apartarnos del peligro. Imaginemos un perro que ladra a nuestro paso por una verja. Quizás no es buena idea intentar acariciarlo ¿verdad? Los estereotipos son predicciones que no están basadas en la experiencia propia. Vienen de nuestra educación y, a su vez de la educación de quien nos educa. Nos pueden ayudar a entender mejor el mundo, en ocasiones.
Pero, como todos sabemos, los estereotipos pueden llegar a ser, en muchas ocasiones, formas de pensamiento que estrechan nuestro mundo, nos aíslan y fomentan actitudes no fundamentadas, hacia otras personas. Basándonos, por ejemplo, su raza, religión, procedencia u orientación .sexual.
Estos sesgos implícitos, pueden ser negativos o positivos. Pero si hay algo que los caracteriza es que no somos conscientes de su existencia. Lo que dificulta su control, bloqueo o contención. Están tan enraizados en nuestro subconsciente, que resulta complicado reconocerlos.
Éstas asociaciones implícitas se van desarrollando a lo largo de nuestra vida, comenzando en nuestra infancia con asociaciones directas e indirectas. Infuencien nuestros razonamientos y están fuertemente condicionados por nuestro entorno familiar, social o laboral. Todos tenemos sesgos implícitos. Y no tiene porque estar alineados con lo que decimos o lo que parece correcto a la sociedad en la que nos desenvolvemos.
Porque esta es una de las principales características de los mismos. La combinación de influencias que los forma, constituye una fórmula específica para cada persona. Aunque podamos compartir uno particular con un grupo más o menos grande, esto no quiere decir que compartamos el resto de dicho grupo.
La mente inconsciente puede controlar la mayoría de nuestras acciones. Esto significa que predicen más nuestra conducta que lo que lo hacen nuestros valores conscientes. Son procesos automáticos. Complicados de desactivar. Pero no imposibles de hacerlo.
¿Entonces no podemos hacer nada por prevenir el efecto de estos incómodos sesgos? Por supuesto que si. Nuestro cerebro es complejo pero, con un adecuado entrenamiento, paso a paso, podremos ir identificando cuáles nos están afectando y comenzar a desactivarlos.
Como propuesta para empezar les animo a escribir una lista sobre aquellos que creen que les afectan a ustedes. Podemos empezar con los que están relacionados con el género, la orientación sexual, la procedencia, la raza o la religión. ¿Nos ponemos a ello?