La negación es el argumento favorito de la ignorancia; en realidad, su único argumento
Llevamos desde marzo en una realidad incierta, cambiante y, aparentemente, sin horizonte claro de solución. Como ya he comentado en alguna ocasión, el caldo de cultivo perfecto para la ansiedad, desesperación y estrés. Alimentado, indudablemente, por la multitud de información -y desinformación-, a la que estamos expuestos en todo momento.
Esta situación, paradójicamente, provoca que algunas personas se nieguen a aceptar la realidad de esta pandemia. Es un mecanismo clásico de defensa, denominado “negación”, al que acudimos cuando nos sentidos sobrepasados por algo que no podemos controlar o admitir. Es muy común en las situaciones de duelo y pérdida.
La negación se manifiesta de muchas maneras, ya sea negándose a usar una mascarilla o saltándose las medidas de seguridad en fiestas o reuniones familiares. Aunque usar este mecanismo de defensa a corto plazo no es siempre una mala elección, ya que nos puede dar tiempo para procesar una determinada situación -como la pérdida de un ser querido-, no es una buena idea como estrategia de afrontamiento a largo plazo.
La negación es una forma que tenemos para defendernos de la ansiedad. Cuando nos encontramos en tiempos cómo los que vivimos, que percibimos como amenazantes, desarrollamos estrategias para protegernos, para sentirnos seguros. Uno de ellos es simplemente negar la fuente de la amenaza. Ponemos en duda la existencia de la pandemia, del virus e, incluso, ¡los fallecidos!.
A veces confundimos la negación con otro mecanismo de defensa muy común: la racionalización. En este caso tratando de explicar o disminuir la fuente de nuestra incertidumbre. La COVID-19 existe, pero no es diferente a la gripe y presenta mucha menos mortalidad que … cualquier otra enfermedad que se nos pueda ocurrir.
La forma de reaccionar a determinadas situaciones tiene que ver con nuestro sentido de control sobre esas situaciones. Las características de esta pandemia, con muy poca información y cambios en los escenarios que ha ido provocando no lo favorecen, precisamente. Si nos estancamos en la negación o la racionalización, nos alejamos de determinados elementos que si nos están proporcionando cierto sentido de control, como lo son las medidas de higiene, distancia física o uso de mascarillas. Quienes se van adaptando a la “nueva normalidad” incorporan estos comportamientos de protección a su control, lo que les hace, poco a poco, disminuir la ansiedad y sobrellevar una situación absolutamente impensable hace unos pocos meses.
En marzo y abril, no teníamos tanta información y mucha parecía contradictoria. Esto contribuyó a que la gente se sintiera sin control y buscara salidas para su ansiedad. Un campo abonado para los charlatanes y conspiranoicos que ofrecían explicaciones o soluciones disparatadas y ¡peligrosas!
Tanto la negación como la racionalización son desadaptativas, lo que significa que no ayudan a adaptarnos y pueden exponernos todavía más. En el caso de esta pandemia, nos puede llevar a no tomar las precauciones necesarias para protegernos a nosotros y a quienes están en contacto con nosotros.
Con la racionalización nos podemos encontrar con personas que “quieren” contagiarse para ya pasar la enfermedad, que no creen que sea tan grave, y poder estar tranquilos. O quienes creen “haberla pasado ya” porque hace unas semanas tuvieron un catarro o se encontraron mal y que seguro que ya son inmunes. Comportamientos peligrosos ambos que pueden causar a la persona y sus contactos cercanos, muchos problemas.
El problema con estos mecanismos de defensa es la dificultad para desactivarlos ya que quienes lo están usando no perciben en absoluto que lo sean. Se pueden envolver en una burbuja propiciada por el sesgo confirmatorio, en la que te rodeas de personas que creen en lo que crees y buscas información que confirme lo que crees.
No resulta sencillo cambiar esta dinámica, alimentada en algunos casos interesadamente. Esto se debe hacer por fases, con información clara y contrastable, y por fases. Desacreditar, insultar, menospreciar o ridiculizar, no funciona. Hacer un esfuerzo didáctico es la base para poder desactivar, poco a poco, una interpretación de la realidad profundamente influenciada por el miedo.
Es un proceso gradual que debe estar liderado por fuentes confiables y ejemplares. Recordemos que estamos intentando desmontar algo que la persona percibe como absolutamente real. Y que además le está dando un sentido a algo que está dominado por la incertidumbre y el cambio. Buscamos certezas, y es ahí donde debemos comenzar nuestro proceso de desintoxicación pseudoinformativa.
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