Somos muchos los que nos ha encogido el corazón el horroroso atentado que se ha perpetrado en Kenya en estos pasados días. Bajo la excusa de la violencia extremista religiosa se ha segado la vida a casi 150 jóvenes. Algo horrible que, sin embargo, ha durado muy poco en los medios de comunicación occidentales. ¿Por qué ocurre esto?¿Son unos (el accidente de Germanwings, por ejemplo) más importante que otros?
Miguel Angel Bastenier, periodista, recogía en enero cuando, tras el atentado al semanario Charlie Hebdo, como muchos criticaron la menor atención que los medios dedicaban a la ofensiva de Boko Haram en el noreste de Nigeria. «Toda la información es local -nos explicó Bastenier- y si nos hacemos eco de noticias internacionales es por la proximidad y la vinculación que tenemos con esos países, además de por la calidad de la información que podamos obtener».
En Verne, suplemento de El País, se alude a la jerarquía de la muerte, un término que usan los medios anglosajones para describir cómo y por qué damos más cobertura a unas víctimas frente a otras, especialmente en información internacional. En esta jerarquía influyen varios factores, que podemos dividir en dos grupos: la proximidad y la calidad de la información.
1. La proximidad. Nos interesa más lo que ocurre en nuestro país y en países cercanos, además de si hay alguna víctima local. Por ejemplo, Jacoba Urist en The Atlantic recordaba cómo The New York Times publicó más de 2.500 obituarios para los asesinados en los atentados del 11-S, lo que también hizo El País con los fallecidos el 11-M.
Esa proximidad provoca una mayor empatía en periodistas y lectores, pero también puede favorecer la confrontación, como señalaba la periodista Leila Nachawati, cofundadora de Syria Untold: “Hay un posicionamiento del nosotros frente a ellos”, apuntaba.
2. La calidad de la información. Son muchos los medios que cuentan con corresponsales o enviados especiales en países europeos y americanos, incluidas las agencias, mientras que se cuentan con menos medios y recursos en países como Kenia, Nigeria o Siria, que a menudo son más peligrosos.
Esta peor información no sólo acaba significando que se le dé menos cobertura a un suceso, sino que además puede conducir a que “se deshumanice el conflicto” y por tanto resulte aún más difícil empatizar con las víctimas, como apuntaba Nachawati.
Para superar estas dificultades, Nachawati apuntaba la necesidad de “acercarse a la ciudadanía” e informar sobre asociaciones y campañas civiles. La forma de hacerlo es crear “redes de confianza, lo que ahora es más fácil que hace años”.
Y esto, de la única forma que parece posible hacerlo, es estableciendo redes de empatía y compasión que nos permitan entender que el dolor y el sufrimiento no tienen nada que ver con la religión, extracción social o nacionalidad de quien lo sufre. Es algo profundamente humano, que está enraizado en nuestra propia consciencia.
Hemos tejido redes de aislamiento que nos hacen distanciarnos unos de otros y esto consigue que, al mismo tiempo, nos alejemos de lo que somos. En el fondo no sentir por el dolor de los demás, hace que no sintamos por nosotros mismos.
Adaptado de Verne, El País