Sólo yo puedo cambiar mi vida. Nadie puede hacerlo por ti.
Carol Burnett
Ya lo he vivido antes. Hace muchos años. Era un recién graduado en Psicología y comencé a trabajar en Cruz Roja Española en Tenerife. Con enfermos de SIDA. En un programa pionero de atención a las víctimas de esa otra pandemia, junto con Alfredo Bartolomé y Juan M. Herrera, médico y trabajador social, respectivamente.
No fue fácil, no es algo que nos entrenasen en la Facultad de Psicología. Afortunadamente, teníamos todo el apoyo de una institución centenaria experta en la atención a los más desfavorecidos, en circunstancias de emergencia y, por que no decirlo, sin excesivo apoyo en algunos momentos.
El día a día, nos fue haciendo encontrar a personas maravillosas, tanto a los que podíamos atender, sus familias y muchos compañeros y compañeras del ámbito sociosanitario que te guiaban, orientaban y ayudaban. Desde este post me gustaría hacerles llegar mi enorme agradecimiento por su paciencia y enseñanzas.
La pandemia del SIDA, nos trajo algo también de lo que no fuimos conscientes al principio de nuestro trabajo, pero que se fue agudizando a medida que el tiempo pasaba y su incidencia arreciaba: el estigma.
Al principio se busco culpar a determinados colectivos de esta pandemia. Se asociaba el contagio a personas con una determinada orientación sexual, adictos a sustancias o, incluso, de una procedencia específica. Pronto esto se fue revelando como un disparate y pasamos de hablar de personas a hacerlo de comportamientos: sexo sin protección, compartir jeringuillas o transfusiones de sangre, se fueron revelando como las fuentes de contagio del VIH. Excepto para algunos interesados, negacionistas o fundamentalistas, se comenzó a entender que podíamos hacer para evitar contagiar o contagiarnos.
Pero esto no consiguió mitigar el estigma que muchas personas que lo padecían o que eran señaladas como practicantes habituales de los comportamientos de riesgo. De una forma colateral, también nuestro equipo de atención domiciliaria a enfermos con SIDA, también vio la conveniencia de no acudir identificados a los domicilios. Especialmente para evitar contribuir al señalamiento de las personas que atendíamos.
Durante la pandemia actual y como algo que pueda parecer anecdótico -y no lo es-, hemos leído noticias de profesionales del ámbito sanitario, que han sido invitados a irse de su casa -por el bien de su comunidad de vecinos- o, incluso agredidos o insultados por ignorantes cargados de prejuicios y de miedo. Estos dos son los máximos combustibles del estigma. Y de su manipulación y uso por determinadas opciones segregacionistas de nuestro espectro político y social.
Culpar al otro es una herramienta aprovechada y utilizada para justificar el odio, al inmigrante, a los jóvenes, o a cualquiera que se nos pueda ocurrir. Estamos teniendo que oír a presidentes de países referirse al COVID19, con el gentilicio de un país determinado. Pero este estigma puede llegar hasta nuestras propias puertas si no somos capaces de pararlo y hacemos un enorme ejercicio de responsabilidad, tanto individual como colectivo.
Me he cansado de repetir que los mensajes que incitan a la denuncia de quién no cumple las reglas son un arma muy peligrosa y alimento del estigma. Y tiene, además en el caso del COVID19, un efecto rebote incontrolable. Al incitar a la denuncia estamos, en cierta forma, rebajando la propia responsabilidad. Nos encontramos así como personas que no cumplen las medidas de protección a nivel individual, se erigen en denunciantes de otros que supuestamente no lo hacen. En muchos casos empaquetándolos en grupos estigmatizados.
Sé que puede ser tentador y que viene provocado por la desesperación que produce la incertidumbre qué llevamos viviendo hace meses. Pero no funciona. Y, al contrario, puede conseguir que algunos de los efectos que más tememos como es el económico, lo estemos también alimentando.
Imaginen la situación de la dueña de un pequeño negocio que da positivo en COVID19 y debe aislarse -cerrando su fuente de sustento-, y comunicarlo a sus empleados, familiares o clientes. Si seguimos enriqueciendo el estigma y a pesar de que esta persona pase la enfermedad y ninguno de sus empleados, familiares o clientes diese positivo en la PCR, la reapertura de su negocio se verá enormemente condicionada o dificultada por la ignorancia y el miedo. El efecto puede ser catastrófico.
Por esto es muy importante que sigamos utilizando los mecanismos pedagógicos necesarios para detener la expansión, centrándonos en los comportamientos y reconociendo -si es necesario públicamente- a quienes están haciendo todo lo posible por mitigar el impacto de esta pandemia en nuestra comunidad. Y, por supuesto, dotar a las cuerpos y fuerzas de seguridad con todas las herramientas necesarias para que, quien no cumpla, reciba la sanción adecuada.
Por esto hoy desde este espacio de psicología me van a permitir que les dé las gracias a todos ellos y ellas, sanitarios, policía, limpieza … que contribuyen a que un reto brutal como el que vivimos lo consigamos superar. Pero, además, y muy especialmente quiero agradecer a dependientes, camareros, taxistas, conductores de guaguas, y personal que trabaja cara al público, por su infinita paciencia y dedicación para soportar a algunas personas que descargan sus frustraciones en ellos. Gracias por estar ahí.
Combatir el estigma viene de entender que si somos parte del problema no seremos nunca parte de la solución. Es nuestra decisión saber dónde estamos.