La felicidad no es algo ya hecho. Viene de tus propias acciones.
Dalai Lama

La esperanza puede apoyar o fortalecer nuestra felicidad. Creo que todos, en mayor o menos medida podemos estar de acuerdo con esta afirmación. Pero -y a esto también nos apuntamos la mayoría-, depende mucho del tipo de esperanza de que se trate.
Cuando hacemos planes, nos sentimos bien, felices, excitados, y nos invade una sensación de esperanza durante un tiempo. Esperamos que las cosas salgan como hemos planeado o imaginado.

Pero lo cierto es que, mientras nuestros deseos de un futuro mejor -que es lo más parecido a lo que deseamos ocurra-, esta misma esperanza puede estar jugando en nuestra contra. Y lo puede hacer de dos formas.

Nos puede conducir a la ansiedad. Aquello que esperamos o planeamos casi nunca ocurre como pensamos. Si lo que tenemos en la cabeza es una fotografía ideal de como deberían desarrollarse nuestras predicciones, cualquier pequeña desviación de ese camino imaginado, nos produce desazón y nerviosismo.

Podemos perder la esperanza en la esperanza. El pasado y el futuro son meros constructos mentales y sociales. Realmente, lo único que podemos cambiar y, paradójicamente, tener efecto en nuestro futuro, es lo que estamos haciendo en el momento presente.

Quizás lo que necesitemos es aprender a vivir en el presente mientras mantenemos nuestra esperanza en un buen futuro. Si nos obsesionamos con lo que debería ocurrir, es muy posible que perdamos la perspectiva del ahora mismo.

Este tipo de obsesión, esta frecuentemente basada en una forma de pensar poco realista y errónea. Es la esperanza en que ocurra algo que no tiene base alguna para ocurrir. En cierta forma es como vivir en un momento que no existe. Coincidirán conmigo en que puede ser enormemente frustrante. Solo centrarnos en este tipo de pensamiento mágico, puede conducirnos a una permanente desilusión y tristeza, además de alentar la desesperanza e, incluso, el resentimiento.

¿Significa esto que debemos dejar de hacer planes, de tener esperanza? ¡Por supuesto que no!

Podemos y debemos hacer planes. Pero hacerlo con la comprensión de que pueden no salir como deseamos. De hecho, puede que una esperanza rígida nos lleve a no considerar posible variación de nuestros planes, que pueden ser mucho mejores que lo que hubiésemos imaginado.

Es una esperanza que se alimenta del presente, la que realmente sustenta la felicidad. Una que esté basada en lo que ocurre a diario, los cambios, las dificultades, las desilusiones y las alegrías.

Ser conscientes que lo único que es seguro es precisamente, el cambio, y aceptarlo, comprendiéndolo, nos llevará a una esperanza dinámica. Que se sustenta en una realidad y que, por lo tanto, tiene muchas más posibilidades de cumplirse.

La esperanza realista es un motor de felicidad, puesto que nos lleva a sentir, al mismo tiempo, que las cosas cambian, y que nosotros somo parte de ese cambio.
Esta es la que nos sirve para avanzar, ya que se sustenta en el presente, en lo que ocurre.

Y no en lo que nosotros u otros creemos o deseamos que acontezca. Es una fuerza que nos compromete a trabajar por aquello que queremos conseguir, viviéndolo a cada momento. Siendo protagonistas de ello.

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