No quiero vivir en una ciudad cuya única ventaja cultural es poder girar a la derecha con el semáforo en rojo
Annie Hall
¿Pondrías en el correo una carta que encuentras en la calle?¿Comenzarías una conversación con alguien que ves frecuentemente, pero que no conoces?¿Ayudarías a un niño que está perdido?¿Indicarías la dirección a un visitante de tu ciudad?¿Mantienes una cola?
Si le preguntamos esto a alguien que vive en una comunidad pequeña seguramente nos contestaría que sí a todo. Incluso es muy probable que nos mirase extrañado por la obviedad de las preguntas.
Las respuestas requieren un nivel de implicación diferente, pero tienen un denominador común. Forman parte de nuestras relaciones sociales y, en un entorno urbano, se ponen, en ocasiones, en duda.
Estos aspectos y muchos otros de nuestra vida diaria en la ciudad conforman el carácter de la misma. El conocido psicólogo social Stanley Millgram se preguntaba, como los habitantes de la ciudad conseguimos vivir tan cerca unos de los otros, como somos capaces de manejar este delicado balance que, en ocasiones, implica compartir nuestra intimidad con perfectos desconocidos.
Milgram pensaba que la forma en que nos comportábamos en las ciudades o en áreas urbanas es una respuesta natural a una sobrecarga de información. En la ciudad, nuestros sentidos son continuamente asaltados. Hay muchas señales, sonidos y personas que nos rodean. Esto hace difícil a veces para nosotros procesar la información de forma adecuada. Estas características de las ciudades es lo que las hace a la vez atractivas e insoportables para los humanos.
Para conservar nuestra energía psicológica, los habitantes de las ciudades podemos tomar varias decisiones.
- Interactuando solamente de forma superficial con los demás. Esto se consigue, bajando la mirada, frunciendo el ceño o pareciendo enfadado todo el rato.
- Estando en continuo movimiento. Haciendo lo que tengamos que hacer rápido para interactuar lo menos posible.
- Evitando disculparse, saludar o sonreír a los demás se consigue invertir poca energía emocional en nuestro desenvolvimiento diario.
Estos son mecanismos de protección ante un entorno que vivimos como amenazador. Evitan que estemos en guardia constantemente, pero nos aíslan.
En la ciudad la norma es el anonimato y la norma no escrita es:
Yo pretenderé que tu no existes si tu haces lo mismo por mí. Los habitantes de las ciudades no somos mala gente. Simplemente hemos decidido protegernos de cualquier tipo de amenaza sea real o no lo sea.
Como Milgram comentó en una ocasión
Puede que seamos marionetas; controladas por las cuerdas de la sociedad. Pero somos marionetas con percepción y consciencia. Y quizás nuestra consciencia es el primer paso para nuestra liberación.