En pocas palabras,
un líder es una persona que sabe adónde quiere ir, se pone en pie y va.
John Erskine
A menudo escuchamos que las personas podemos ser líderes o seguidores. Si te consideras en el segundo grupo, probablemente no estarás muy contento con tu vida. Puede resultar duro decirlo así, pero lo explicamos.
Resulta muy normal encontrarnos en situaciones en las cuales se nos exige una conformidad ciega, con alguien o algo. Desde un líder político, un equipo de fútbol o nuestro actor favorito. Parece que, haga lo que haga, si “somos de”, no podemos tener una opinión sobre cada situación o acto particular que se presente.
Esto es el origen de mucho dolor y sufrimiento en este mundo. Las guerras son el ejemplo perfecto de ello. Ponemos nuestra confianza en los gobernantes y nos vemos en medio de algo que ni entendemos ni compartimos. La esclavitud, el nazismo, racismo, sexismo o el extremismo religioso, son otros ejemplos de lo que ocurre cuando el individuo abandona su criterio propio y lo deja en manos de los demás.
Y este es el sencillo objetivo de mi texto del día de hoy. No es cierto que tengamos que ser líderes o seguidores. En absoluto. Lo que nos han tratado de vender como un rasgo de personalidad, no lo es. De hecho se parece más a un estado emocional que podamos tener en un momento o situación determinada y que puede cambiar o podemos cambiarlo.
Si no fuera así, sería difícilmente explicable que, personas anónimas, en situaciones extraordinarias, se conviertan en líderes para afrontar, por ejemplo, una actuación en una catástrofe natural. Ya hemos hablado de los héroes en alguna otra ocasión.
La capacidad de tomar decisiones basadas en nuestro juicio es el pilar fundamental en el que se apoya nuestra libertad individual. Es esa libertad la que fundamenta nuestra capacidad de ser felices y hacer felices a los demás. Estas decisiones no son inamovibles, ni mucho menos. Pueden cambiar y lo harán. Por muchos motivos, individuales o colectivos, orientadas a vivir una vida plena y satisfactoria.