Regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida
Proverbio Chino
A diario, tenemos oportunidades para ayudar o apoyar a los demás. A nuestros amigos, familiares o compañeros de trabajo. Pero, en ocasiones, no saber cual es la mejor forma de hacerlo, nos puede dejar en el umbral de la acción. Hay algunas claves para saberlo, que se derivan de la investigación reciente en psicología social. Y, en cierta manera, parecen desafiar lo que el sentido común pueda estar sugiriéndonos.
El apoyo puede ser más efectivo cuando es invisible.
Aunque parezca lógico pensar que las personas se benefician más del apoyo que saben que están recibiendo, la evidencia resalta que no es necesariamente así. Saberlo puede hacer que las personas se sientan dependientes, incapaces o, incluso, les genere un mayor nivel de ansiedad derivado de la sensación de no saber si pueden manejar, solos, una situación complicada.
El apoyo o ayuda que se presta indirectamente resulta mucho más efectivo. Un conocimiento menos preciso, tanto de la clase de apoyo o de quien lo ha proporcionado, parece lograr que quien lo recibe se sienta apoyado, en el sentido amplio. Es como si, al no enfatizarlo, estuviésemos dando mayor importancia a la persona que al apoyo específico que le estamos proporcionando. Esto provoca una sensación positiva global, que incrementa, paradójicamente, el nivel de autoeficacia de la persona. Se percibe más como una relación de confianza que de dependencia.
Los ejemplos no siempre ayudan.
Una de nuestras formas de intentar expresar empatía, suele ser utilizar experiencias propias. Esto tiene muchos beneficios, ya que potencia el acercamiento a la persona que estamos apoyando. En cierta forma hace que sea más horizontal. Resulta de gran ayuda, especialmente con personas que se pueden sentir aisladas, ya que les da una mayor sensación de pertenencia.
Pero esto no es empatía. Al compartir nuestras propias experiencias como una forma de acercamiento, nos alejamos, de hecho, de lo que le está ocurriendo a la otra persona. No estamos entendiendo su situación como genuina y no estamos poniéndonos en su lugar, en sus sentimientos y emociones. En cierta forma, al intentar asemejar lo que pueda estar experimentando, estamos juzgando, sin conocer, sus circunstancias.
Lo que debemos hacer es precisamente todo lo contrario. Escuchar sin juzgar y esperar, amablemente, a que sea la persona la que nos diga como se siente. Ese es el principio del verdadero apoyo. Antes de compartir una historia personal, podría ser útil reflexionar porque lo estamos haciendo, que intención tenemos con ello. En general, siempre es mejor evitar cualquier tipo de “se exactamente por lo que estás pasando” o “me puedo poner en tu lugar”. Es todo lo contrario lo que conseguimos. La persona no nos siente cerca y es nuestro ego el que puede estar jugándonos una mala pasada.
Mejor actuar que hablar
Resulta tentador, cuando alguien comparte con nosotros un problema, pronunciar frases como “estoy aquí” o “no te preocupes, todo va ir bien”, cuando no encontramos que decir. No hay nada malo con frases como estas. El problema es ¿hasta qué punto estamos dispuestos a cumplir con lo que prometemos?. Porque, esta es precisamente la clave del apoyo. Una magnífica forma de hacerlo es seguir el principio que nos propone el proverbio que encabeza nuestra propuesta de hoy: actuar en lugar de decir.
Acompañar a tu amigo recién operado o hacerle una compra si está enfermo en casa pueden ser muy buenos ejemplos. Seguro que, pensándolo detenidamente, se nos ocurrirá algo más práctico que pueda ayudar a nuestro amigo o amiga.
En resumen, el apoyo social no siempre resulta útil. Depende de cómo lo demos. Va mucho más de ponernos en el lugar de la otra persona y pensar que podemos hacer, efectivamente, para apoyarla. Y hacerlo. Pequeños actos de cuidado y acciones concretas en el momento adecuado resultan mucho más reconfortantes que todas las frases o intenciones que digamos o hagamos.