Dentro del amplio espectro de posibles cambios que queremos hacer en nuestras vidas siempre hay un espacio que se encuentra asociado a nuestro físico o imagen corporal. No es raro escuchar conversaciones a todas las edades y con diferente intensidad, en las cuales las referencias a la apariencia física o al cuerpo, se deslizan como aspectos transversales.
Incluso, y en un sorprendente invasión de la intimidad de los demás, nos permitimos decirle a alguien, sin que lo solicite, cuál es su apariencia física y que es lo que debería hacer para modificarla.
Qué duda cabe que si esto lo hiciésemos con otros aspectos de la persona, nos consideraríamos desatentos como mínimos, o maleducados en la mayoría de las ocasiones. Así parece que tenemos “permiso”, para decirle a alguien ¡has ganado peso! y esto nos parece bien, y sin embargo ¡que triste te veo hoy! nos parece demasiado íntimo.
En un mundo que exalta la belleza corporal es natural que uno busque mejorar su apariencia, pero existe una delgada línea que separa la sana preocupación del desorden mental.
Los comportamientos anoréxicos y bulímicos se detectan con cierta facilidad cuando vemos que la persona comienza a obsesionarse con adelgazar y deja de comer o intenta eliminar lo que ha comido de forma inmediata.
Es en los primeras fases del desarrollo de estas complejas enfermedades, que algunos han definido como una adicción a no comer, en donde la intervención de los progenitores o educadores puede tener un mayor impacto.
Algo similar ocurre con la vigorexia, que incorpora una obsesión por el ejercicio físico desmedido, que lleva a muchas personas a comenzar a ingerir “suplementos” de dudosa procedencia o lo que es peor, sustancias adictivas como los esteroides o anabolizantes.
Todos estos trastornos tienen serias consecuencias sobre la salud y conllevan un tratamiento prolongado, que debe ser conducido por especialistas en trastornos de la alimentación.
En el caso de la vigorexia o de la mas reciente ortorexia (obsesión por la alimentación “sana”), los trastornos asociados de la alimentación y las carencias que puedan conllevar el alimentarse con “suplementos” o con comidas “no proscritas”, son factores muy relevantes que no nos pueden hacer olvidar la alteración interpersonal y familiar que se produce en la vida de estas personas.
Ya que diferenciar no es fácil, además de los ya comentados para la anorexia y bulimia, estos indicadores nos pueden ayudar a identificar alguno de estos comportamientos:
Pensar constantemente en la imagen física
Sentir complejos y vergüenza por los “defectos” físicos.
Interrogar a familiares o amigos acerca del supuesto defecto.
Acudir continuamente a dermatólogos o cirujanos plásticos
Intentar ocultar partes del cuerpo o rostro que presentan defectos.
Sufrir en silencio por la apariencia física.
Evitar las reuniones sociales por temor a que alguien note los defectos.
Si reconoces algunos de los síntomas en tu forma de actuar o en la de alguno de tus seres queridos, aún estás a tiempo de acercarte a un especialista en salud mental.
En definitiva, la propuesta de cambio desde la “corteza” no deja de ser una mano de pintura sobre nuestro verdadero potencial de cambio que, aunque debe incluir por supuesto una preocupación por nuestra salud física y apariencia, no debe centrarse exclusivamente en ella.