No es mi primera pandemia. Me tocó comenzar en mi profesión con el SIDA. Y de lleno.

Ya en ese momento leí, escuché y vi, similares teorías de la conspiración y negación de la evidencia.

En esos tiempos se cuestionaba la utilidad del preservativo como ahora se hace con la mascarilla. También se habló de la fabricación del VIH por los “poderosos”. Incluso, que aquel virus era un “castigo” por algo que habíamos hecho o dejado de hacer.

A mí, y muchos profesionales nos tocó ayudar a quien lo padecía, en muchos casos, hasta que se iban. Luego había que estar para consolar a sus familias ayudándoles a sobrellevar el dolor y la incomprensión de muchas personas … algunas muy cercanas.

Aprendí que la ignorancia es fácilmente manipulable. Que la incertidumbre es un potente acelerante del fuego de la desesperación. Que hay muchas personas dispuestas a azuzar a otras para su bien o el de sus ideas, intereses o creencias.

Que quienes más necesitamos están y estuvieron aquí y allí. Que no son héroes, sino profesionales comprometidos con su vocación de servicio. Que, o le damos la vuelta al desmantelamiento de los servicios sociales y sanitarios, o la próxima será muchísimo más dura.

También aprendí entonces que la única via para superar estos mazazos, es la de la ciencia, la comprensión y la compasión.

Y esperar que aprendamos algo de esto.

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