Cuando dejo ir lo que soy, me convierto en lo que podría ser. Cuando dejo ir lo que tengo, recibo lo que necesito.
Lao Tzu

Dejar ir no es sencillo. Forma parte de un intenso trabajo de autoconocimiento y de compasión por nosotros mismos. Pero no es algo para lo que nos eduquen. Pensamos que lo que termina, puede cambiarse. Nos ocurre tanto con las personas, las relaciones o, incluso, los pensamientos.

En este último caso y, como comentábamos la pasada semana, nuestra dificultad para entender que lo que pensamos es solo eso, y no la verdad, imposibilita, en muchísimas ocasiones, que avancemos. Nos mantiene en un bucle que se auto alimenta y nos puede llegar a destruir. 

Por esto, se hace muy importante que entendamos el mecanismo que produce este efecto de “una y otra vez”, lo aceptemos y, eventualmente, lo dejemos ir.

Nuestro modo de actuar -y de pensar-, está orientado a la acción. Tenemos una mente que está permanentemente buscando soluciones. Intentando arreglarlo todo. Esto no es malo, al contrario. Nos ha hecho avanzar, afrontar retos imposibles y resolver problemas indescifrables.

Este modo orientado a la acción, muy beneficioso en la mayoría de las ocasiones, tropieza contra un muro insalvable cuando se trata de nuestros sentimientos, emociones o pensamientos. Las intentamos abordar como si pudiésemos entenderlas, arreglarlas o modificarlas. En lugar de aceptarlas, observarlas y dejarlas ir. Es lo que ocurre con el dolor de una separación, de la partida de un ser querido o del final de una relación. Creemos que el daño nos lo está haciendo “lo que ocurrió” y, aunque en parte es así, la mayoría de él, lo produce lo que sentimos, o pensamos acerca de ello. Es nuestra reacción, provocada por la forma de pensar orientada a la acción, que nos lleva a buscar una solución. Y nos hace mucho más daño. Una y otra vez.

Solo cuando entendemos que lo que sentimos está ahí para ayudarnos a superar momentos complicados, a trascender hacia una nueva situación o realidad, seremos capaces de “ser”, y permitiremos que nuestros pensamientos repetitivos se diluyan.

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