Pensar es el mayor error que un bailarín puede cometer. No hay que pensar, hay que sentir.”
Michael Jackson
Se equivocan quienes enarbolan la bandera de la razón como única estrategia de comunicación. Me explico. Por supuesto que la razón y la evidencia, es a lo que debemos aspirar. Es lo que nos permite ser justos, asegurar un trato igualitario y entendernos.
Pero nos estamos olvidando de algo importante: las emociones. Aquellas que responden a algo más básico que la razón y que están fundamentadas en una respuesta, digamos, más visceral. Estas emociones, cuando se comparten, adquieren una apariencia de razón, que parece justificar las actuaciones que llevemos a cabo. Son fuertes, porque se sustentan en la reacción. Son el miedo, el asco, la ira …, respuestas a algo que va más allá de toda razón o ley que le podamos poner delante.
Históricamente, estas emociones han producido cambios sociales que han modificado sociedades y sistemas. En pocas ocasiones, de forma pacífica. No siempre para bien. Muchas han sustentado racismo, xenofobia, homofobia, … etc. Y han conseguido parecer, durante un tiempo al menos (a veces muy largo), que tenían algún sentido.
Contraponer la razón es una de las respuestas. Probablemente la más lógica. Es la que nos hace apelar a la igualdad, acuerdos, consensos, leyes, que fueron construídas como una expresión de muchas emociones, ideas o sensibilidades.
Pero esta no puede ser la única respuesta. Simplemente porque no está en el mismo plano que las emociones. Éstas son más fuertes, porque vienen de los sentimientos, y además se sustentan en un conocido fenómeno en psicología, el sesgo de confirmación. Éste propicia que solo veamos los argumentos que corroboran aquello que nosotros o nuestro grupo creen como cierto.
Por esto es necesario abrir el ámbito del debate. Siendo conscientes que, si contraponemos razón a emociones, perderemos. Si, por el contrario, utilizamos estas últimas como parte de nuestros argumentos, nuestra posibilidad de acuerdo, crecerá exponencialmente.