Aún existe la idea de que si está publicado en internet, debe ser verdad
Yair Bautista

La psicología social lleva décadas estudiando la influencia de los rumores en el comportamiento de los grupos humanos. El uso de este modelo de comunicación, habitual hace años, se ha visto incrementado exponencialmente por las nuevas vías de comunicación a las que cualquiera de nosotros podemos acceder.

Así, cualquier tipo de afirmación sin fundamento, puede llegar a convertirse en un problema para quien es afectado por ella. Lo vemos en los casos en que personas son señaladas falsamente y tienen que recurrir a tribunales para que se retiren las afirmaciones sobre su comportamiento o actuaciones. También lo apreciamos con informaciones que, sin apoyo riguroso, científico y basado en la evidencia, tratan de socavar la credibilidad de este u otra, profesión, institución, estamento o grupo.

Los rumores, en esta caso ya bulos, por su falsedad, pueden estar relacionados también con características de las personas, su procedencia, raza, creencias o cualquier otra singularidad, que se aprovecha para hacer una afirmación absolutamente falaz e ignorante.

Esto es lo que ocurre con los bulos. Informaciones que saltan a la luz pública, y que provocan una, más o menos importante, alarma social. Y consecuencias. Muchas.

El bulo no tiene porque venir de una fuente interesada. Puede simplemente ser una opinión, no cualificada, que se emite en un entorno adecuado. Hace unos años podría ser en un grupo de amigos y su recorrido era más o menos moderado. En la actualidad, con el efecto multiplicador de las redes sociales, llega a infinidad de personas.

Este tipo de fenómenos presenta una característica genuina. No se somete a la lógica de la ciencia. Al contrario de lo que se podría esperar, si se presentan argumentos evidentes que lo contradigan, no se desactiva. Paradójicamente, lo que ocurre es que, como lo que dicen los expertos o los centros de investigación, no corrobora lo que pensamos, lo desacreditamos.

Así, nos podemos encontrar con investigadores de reconocido prestigio, laureados y celebrados en múltiples instituciones académicas y prestigiosos institutos de investigación , son desactivados por el detalle más nimio. Que, por lo general, tampoco responde a ninguna evidencia.

Este es el fundamento de las teorías conspiranoícas, de las que se alimentan los bulos. Contrarrestar su efecto es una tárea casi imposible. Todo lo que podamos aportar para contradecirlo, es fagocitado por el propio mecanismo. Se alimenta de la ignorancia, del miedo, de la incompetencia o de los juicios interesados. y, además, encuentra siempre aliados insospechados en ámbitos impensables. Pero que pueden sacar rédito de los efectos del bulo.

Como he comentado, este es un fenómeno conocido en psicología. Y muy complicado de parar, una vez empieza su recorrido. Solo se puede aportar la coherencia, el rigor y la transparencia para conseguirlo.

Y, aún así, siempre habrá quien ponga su «opinión» por delante de cualquier evidencia.

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