Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión. La gente tiene que aprender a odiar, y si ellos pueden aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar, el amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario
Nelson Mandela
Geográficamente, el lugar donde resido, y de donde procedo, está en África. Es fantástico. Unas islas mezcladas de desierto, trópico y alisios que, a menudo, parecen mágicas. Las baña una luz especial -y diferente en cada una de ellas-. Las distancias, dentro de cada isla, son cortas. Y las gentes son amables, cuanto más humildes.
Canarias me ha tocado por casualidad. Por nacimiento. Y es algo que considero un fortuna porque me hace feliz. Me gusta estar aquí. Pero también me gustan muchos otros lugares. Y gentes. Así se mueve el mundo. Respetando, cultivando la curiosidad y el aprendizaje.
Y esta es la única forma que conozco para que nuestras vidas tengan significado. Compartir, especialmente con quien recibe lo que compartes con agrado. Estas son las personas que valen mi tiempo. Las otras tienen mi puerta abierta, sin duda. Pero quizás les queda camino por recorrer.
Al canario le cuesta entender la intolerancia. Es normal. Esto es un crisol de culturas, donde se mezclan quienes nos visitan para descanso o diversión, y quienes se quedan para acanariarse poquito a poco. Y los que ya estamos aquí.
A veces, a las mentes estrechas, les cuesta entender nuestra idiosincrasia. Podría decir que les molesta. Pero eso sería ego. Y me quedo con la compasión. La que entiende el sufrimiento de quienes no son tan afortunados.
Si, soy africano, europeo y latino. Como decimos por estas latitudes, una mescolanza. Creo que es, precisamente, este batiburrillo lo que me compone como parte de una tierra divertida, solidaria y trabajadora. Y, por encima de todo, acogedora. Unas islas que reciben a quien viene con cariño. Incluso a quien no quiere estar aquí.