Sólo dos legados duraderos podemos dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas.
Hodding Carter
Llegan las vacaciones. En la mayoría de los casos esto significa que vamos a experimentar una época totalmente nueva y diferente de la que estamos acostumbrados a vivir casi todo el año. Las películas y la tele nos pintan, frecuentemente, una imagen idílica de convivencia familiar en la que fluye la alegría y la felicidad. En la que nos reencontramos unos a otros, leemos aquellos libros que no pudimos durante el año, recuperamos la comunicación con nuestros hijos, etc. Pero no siempre ocurre lo que esperábamos. Más bien nunca pasa aquello que querríamos que pasase.
Y éste es el principio del problema. Nos hacemos una idea de lo que queremos que ocurra durante este corto período de tiempo que vamos a compartir, incluso lo programamos y esperamos que lo que decidimos satisfaga a todos los miembros de nuestra familia. Pero no funciona así.
Nuestras expectativas, que son las emociones que asociamos a lo que planeamos se meten en esta ecuación y, generalmente, la distorsionan profundamente. Cuando decidimos que es lo que vamos a hacer estamos pensando en el futuro y, en muchas ocasiones, lo hacemos según nos puede hacer ilusión a nosotros. Si queremos ir a la playa o hacer un crucero fantástico, hemos de ser conscientes de que estamos planeando para muchos mas que nosotros mismos. Si lo que ocurre es que es el momento del año que aprovechamos para ver a la familia que no vemos habitualmente, las cosas también se pueden complicar por las expectativas.
Y es aquí donde les propongo empezar. Dediquemos tiempo a programar emocionalmente a nuestra familia para este tiempo de intensidades juntos. No solo debemos decidir a donde vamos, o como lo hacemos. También es muy importante que cada miembro sienta que lo que va a vivir significa algo para ellos. No podemos abarcar, en este pequeño espacio que tenemos, todo lo que quisiésemos. Porque corremos el riesgo de no experimentar lo que si vivimos, preocupados por que deberíamos vivir. ¿No les resulta familiar?
Porque aunque las vacaciones puedan ser el momento que elegimos para “recargar” nuestras baterías, no siempre va a ocurrir así. Y debemos estar bien preparados para ello. Las buenas noticias son que es posible lidiar con el estrés de tus vacaciones.
En primer lugar, revisa tus expectativas. ¿De quién son? ¿Realmente son tuyas? Este sería un primer paso. En ocasiones, esperamos que ocurran cosas durante nuestras vacaciones que no hemos cultivado durante todo el año. Si no tenemos costumbre de compartir o comunicarnos, difícil va a ser que esto surja en las vacaciones. El mejor predictor de lo que podemos esperar en ellas, es lo que ha ocurrido hasta ahora.
Siguiendo con las expectativas, hemos de ser conscientes de su posibilidad real. Los paquetes vacacionales o como lo pasábamos nosotros cuando íbamos al pueblo en nuestros años de infancia, no son realistas. Pertenecen bien a una campaña de publicidad o a nuestros recuerdos emotivos de una época pasada. Y no podemos intentar que encaje todo el mundo en ellos.
Una forma de conseguir que nuestras vacaciones sean realmente una oportunidad de reencuentro y de convivencia familiar es compartir. Si es posible, desde el principio. Organizarlas entre todos los miembros de la familia incluyendo experiencias que a cada uno de ellos le gustaría tener. Poniendo todas las expectativas encima de la mesa ayuda a que intentemos ayudar al otro a que se cumplan. Si, por lo contrario, lo que le damos a nuestra familia es un paquete vacacional organizado, tanto logística como emocionalmente, lo más probable es que nos llevemos un gran chasco.
Por último, no perdamos de vista que lo más importante de las vacaciones en familia no es a donde vamos sino con quien estamos. Y eso va más de conversar que de caminar.