¡Ah qué grande es el mundo a la luz de las lámparas!
¡Y qué pequeño es a los ojos del recuerdo!
Charles Baudelaire
Cuando tratamos de resolver un problema de salud mental, tenemos la tendencia a comenzar buscando sus orígenes. Lo creemos necesario. Pensamos que si no conocemos el porque, no podremos pensar en encontrar una solución. Parece lógico ¿verdad? Es nuestra mente analítica y, en cierta forma, nuestra historia social y nuestro ego, la que nos conduce a intentar encontrar las causas de nuestro malestar.
Lo hacemos en otras áreas de nuestra vida. Por ejemplo, si encontramos agua en el suelo de nuestra sala, buscaremos un agujero en el techo para ver por donde se está filtrando. Sin embargo, con nuestra salud mental, esto puede resultar hasta contraproducente.
Cuando se trata de estos problemas, sus causas originales, en ocasiones no es posible averiguarlas. Nuestro conocimiento de la psicología no permite encontrar dichas raíces, de forma fidedigna. La interpretación que podemos hacer de lo que ocurrió en el pasado, en circunstancias en ocasiones traumáticas, lo hace realmente complicado. Y, en ocasiones, dudosamente recomendables. No conocemos todavía nuestro cerebro suficientemente. No somos automóviles. Por mucho que queramos compararlo con una máquina, no lo es. Su complejidad, variabilidad y plasticidad, es enorme y fascinante. Y nuestra capacidad, mediante la intervención cognitiva y conductual, de modificarlo también lo es.
Incluso cuando la causalidad pueda establecerse parcialmente, los problemas de salud mental tienden a tener más de un origen. Las personas somos complejas, y nuestros pensamientos y conductas están multideterminados. Como prueba, pregúntate a ti mismo, porque quieres a tu pareja. Seguro que encuentras más de una razón. Es esa mezcla la que produce tus sentimientos hacia él o ella.
Incluso cuando pudiésemos identificar una causa específica única de un determinado problema, lo que podría ayudar para resolverlo sería, probablemente, mínimo. Lo que causa un problema, no es generalmente lo que lo mantiene. A esto lo denominaba el psicólogo Gordon Allport, autonomía funcional. Lo caracterizaba como la tendencia de un sistema de motivaciones complejo a convertirse en algo independiente de las motivaciones originales. El ejemplo puede ser un deporte que practicamos con asiduidad. Puede ser que comenzásemos haciéndolo para bajar de peso, y se mantiene por otras causas. Éstas últimas pueden tener más que ver con el placer actual de compartir nuestra afición con otras personas o con nuestra satisfacción por sentirnos bien. Ocurre igual con las adicciones. Como se originan, por deseo de experimentar, por diversión, no tiene nada que ver con lo hace que se mantenga en el tiempo y resulte complicado su abandono.
Esto es aplicable a nuestro bienestar mental. Por ejemplo, puedes temer a los perros porque, en tu infancia, uno intentó atacarte y te asustó. Pero, veinte años después, sigues temiendo a los perros, a pesar que el que te hizo temerlos, hace tiempo que muriese. Lo que mantiene tu miedo es tu evitación de estos animales, que ha conseguido que no actualices tu relación y concepto acerca de ellos.
La salud mental requiere que nos centremos en lo que mantiene nuestros problemas en el presente, más que en enfocarnos en lo que los provocó en su momento. Una vez que consigamos manejar lo que nos puede estar incomodando o condicionando, la posibilidad de abordar sus causas, si todavía es relevante, puede tener mucho más sentido.