La Navidad está construida sobre una hermosa e intencional paradoja: que el nacimiento de las personas sin hogar se debe celebrar en cada hogar
G. K. Chesterton

Bienvenidos a las Navidades. Esta espiral de compras (muchas sin sentido, admitámoslo), no solo tiene efecto en nuestra maltrecha economía. Es una fuente de estrés que provoca que muchas personas, terminen odiando estas fechas. Analicemos que ocurre para que, una ocasión de celebración familiar, se convierta en un periodo de tristeza.

Queremos abarcar mucho. Es evidente que se unen preparativos de comidas más regalos, dificultades de conciliación (no todas las personas pueden tomar vacaciones), junto a una sensación de sentirse obligado a estar alegre. Ordenar lo que queremos hacer, consciente y ordenadamente, es una forma de desactivar esta fuente de agobio festivo. No podremos brindar con todos los que querríamos, o acudir a todas las cenas. No pasa nada. Apunta quien te falta y llámala tras las fiestas.

No hemos hecho lo que hubiésemos querido. Inevitablemente, nos encontramos con el mismo sobrepeso que el año anterior (o más), no hemos aprendido inglés o dejado el tabaco. Esto nos frustra y consigue que este período lo asociemos a fracaso. ¡Démosle la vuelta! Seamos conscientes e intentemos abordar aquello que si podemos. Hagamos proyectos pequeños, a corto plazo, inmersos en un plan general que no este sujeto a fechas marcadas socialmente. Nos irá mejor.

Comemos, bebemos mucho. Mucha comida, muchas celebraciones además de alimentos y bebidas a las que no estamos acostumbrados, ni por sus horas ni por su frecuencia, hacen que tengamos una permanente sensación de pesadez en el estomago. Esto consigue que nuestras sensaciones, anímicas y físicas, sean de incomodidad, lo que no contribuye a nuestro sosiego interior. Seamos conscientes de ello y dosifiquemos. Puede ser incluso un buen entrenamiento para nuestro plan de comida sana.

Gastamos mucho. Otra forma de decir que compramos muchas cosas que no necesitamos o que no necesitan a quienes se las regalamos. Los regalos infantiles llegan a ser tan abundantes que el mensaje que reciben nuestros pequeños es muy contradictorio. y agobiante. Pongámonos de acuerdo e intentemos que los presentes sean más de calidad (y no por su precio), que de cantidad. Busquemos juguetes que propicien valores y fomenten la comunicación entre personas.

Demasiado juntos. Estas fechas nos reencontramos con muchas personas que deseamos ver. Familiares que viven lejos, amigos que regresan por Navidad … pero también es el momento de los encuentros incómodos, de vernos «obligados» a compartir mesa con quien no nos apetece. Una fuente de fricción que nos puede afectar emocionalmente. Decidamos, Evitar estar con quien no queremos, puede conseguir que no estemos con quien si deseamos compartir. Es un buen momento para aparcar nuestro ego y ejercitar nuestra tolerancia.

Soledad. En el otro extremo está la soledad que se produce en aquellas personas que no tienen a la familia cerca o, simplemente, no tienen con quien compartir estas fiestas.

Tengámoslo en cuenta a la hora de decidir quien recibe nuestro regalo o invitamos a nuestra mesa. Otro momento genial para ejercer la generosidad.

Por último, lo mejor del estrés navideño es su predictibilidad. Sabemos cuando empieza y cuando acaba, ya que está determinado en el tiempo. Esto facilita programar con antelación como abordarlo, de forma que podamos aplicar lo propuesto anteriormente.

Si me permiten un último mensaje, reserven un hueco en su corazón para quienes trabajan estas fiestas, y para quien no lo hace, porque no puede. A aquellas personas que estarán hasta altas horas de la noche, en jornadas interminables, haciendo que nuestras fiestas sean más dichosas, seguras y sanas.

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