Para obrar, el que da debe olvidar pronto, y el que recibe, nunca
Séneca
Este artículo también podría haberse titulado “los límites del agradecimiento”. En el fondo me quiero referir a los dos lados de un mismo fenómeno, que nos ocurre con cierta frecuencia.
Hacemos un favor a alguien, digamos a un amigo que necesita que le llevemos a su hijo o hija al colegio. Nos parece algo natural. Es lógico. Vivimos cerca y no nos importa hacerlo. Su padre y su madre tienen dificultades para llevarle y a nosotros nos pilla de paso. Lo hacemos por los niños.
Esto se convierte en algo rutinario, diario. En cierta forma, condiciona nuestra vida que, cuando nuestro hijo se ha pone enfermo, intentamos organizarlo para que otros padres se hagan cargo de esta situación. O lo organizamos para hacerlo nosotros mismos. Lo hacemos casi sin pensar. Lo consideramos nuestra responsabilidad.
Y ahí está la clave ¿en qué momento nuestra generosidad, dejo de serlo, para pasar a ser una obligación? ¿Por qué los papás beneficiarios lo consideran así?.
Yendo más allá de juzgar la forma de actuar o pensar de otros, se ha producido un fenómeno que consolida nuestra forma de actuar. Así, pasamos de decidir ayudar, a tener que hacerlo. Y, en muchas ocasiones, somos juzgados por manifestarlo.
No es extraño que nuestro acto primario de generosidad que, en un principio fue agradecido, pase a ser algo normal, que no requiere dicha consideración.
En cierta forma, nos vemos atrapados en una situación que alguien ha puesto en nuestras manos, transfiriéndonos su gestión. Aunque nuestra intención siempre fue generosa, este cambio de estatus de nuestro favor, nos pone en una situación incómoda. Difícil de gestionar y hacer constar a quienes se benefician de ella.
Es cierto que no es la primera ocasión que hablamos de como nos influye positivamente la generosidad. Que como dar, sin esperar nada a cambio, es una fuente de felicidad y satisfacción maravillosa. Pero, no es menos cierto que, cuando sentimos que se aprovechan, continuamente de ello, puede causar el efecto contrario.
Por esto, y como reflexión final, no olvidemos agradecer -siempre-, a quien nos hace un favor. Esto no tiene fecha de caducidad. La generosidad de los demás no debemos vivirla nunca como una obligación. No lo es.