Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros
Groucho Marx
Esto es lo que parece ocurrir en esos momentos en los cuales, algunos personas, deciden mantener sus principios y postulados, a pesar de la insistencia de otras muchas, en que lo hagan.
En psicología sabemos mucho de esto. La presión de grupo, que llega a producir verdaderos giros en la forma de pensar y actuar de las personas. Y, en la mayoría de las ocasiones provocando un enorme malestar emocional en quien lo hace.
Porque, por mucho que podamos creerlo, ceder no es siempre sinónimo de paz. Al menos no de la que deberíamos aspirar. Cuando damos nuestro brazo a torcer, sin convencimiento, a regañadientes, y lo que es peor, dejando atrás parte de lo que nos define, es difícil que nos sintamos en calma.
Quienes pretenden que nos “bajemos del burro” y pensemos en el “bien común”, se están arrostrando la posesión de la verdad. Solo de esta forma es posible -nos dicen-, aunque a nosotros tampoco nos guste. Es lo que se debe hacer.
Este es el primer argumento. El de dejar a un lado nuestro supuesto egoísmo, para pensar en “la sociedad”.
El segundo de los argumentos de los abusones, (o bullies, en inglés), es el de una pretendida presión que también ellos o ellas, han sufrido. Es fácil. Si yo he sido capaz de renunciar a mis principios para que no nos castiguen ¿cómo no lo vas a hacer tu?
Y así se explican muchos disparates, en el mejor de los casos, o verdaderas tragedias, en otros.
Lo cierto es que, cuando alguien pretende que cambiemos nuestros valores no lo hace nunca por un interés solidario. No nos equivoquemos. Y tengamos por seguro que no van a estar ahí cuando las cosas vayan mal.