Son muchos los modelos que intentan dar cuenta de una manera precisa de la secuencia seguida por los distintos procesos que se desencadenan en las respuestas emocionales. Uno de los modelos que mejor engarza los diferentes componentes en una secuencia temporal es el propuesto por Klaus Scherer.

Su modelo está integrado por cinco componentes:

1. Procesamiento cognitivo de estímulos: en primer lugar, inevitablemente, ya sea con o sin conciencia de ello, ha de realizarse algún tipo de procesamiento de estímulos internos y/o externos sobre los cuales se genera una evaluación automática y genérica respecto a su tono hedónico, es decir, si, grosso modo, ese estímulo nos resulta bueno o malo de manera incondicionada o aprendida.

2. Procesos neurofisiológicos: dicha evaluación desencadena una serie de cambios neurofisiológicos en el sistema nervioso central y autónomo, neurohormonales, etc., cuya principal función es regular todo el sistema para facilitar la adaptación del organismo a la nueva situación que se presenta.

3. Tendencias motivacionales y conductuales: como consecuencia de esos cambios neurofisiológicos se generan una serie de tendencias motivacionales y conductuales que predisponen al organismo para actuar (o para no hacerlo, inhibiéndolo).

4. Expresión motora: es en este punto cuando se desencadenan las expresiones conductuales características de una u otra emoción, fácilmente reconocibles por todos y que, además, sirven como potente fuente de comunicación de intenciones.

5. Estado afectivo subjetivo: Finalmente, como resultado de toda esta serie de cambios se generarán un estado afectivo subjetivo que podrá ser procesado y registrado conscientemente. Este registro y reflexión sobre el estado en el que nos encontramos es lo que configura un determinado sentimiento. Hasta este punto, todas las respuestas desencadenadas por aquel estimulo inicial han podido darse por debajo del umbral de la conciencia y, muy probablemente, no será hasta este momento cuando se pueda tomar un control realmente voluntario de la respuesta emocional. Este control, por lo general, tan sólo será parcial puesto que muchas de las respuestas ya se han iniciado. Sin embargo, en este estadio se podrá llevar a cabo una mayor elaboración de la información relacionada y realizar nuevas reevaluaciones que permitan un mejor ajuste de la respuesta global del organismo a las condiciones concretas en las que se dé.

Las respuestas específicas que se terminen dando dependerán de las características del sujeto (temperamento, estado de ánimo, personalidad, objetivos, expectativas) y de la situación social y ambiental en la que se encuentre. Finalmente, la conducta emocional podrá afectar al estímulo que la desencadenó y generar un bucle retroactivo con el entorno cuyo objetivo, en condiciones normales, será aumentar el bienestar y adaptación del organismo.

¿Podemos decir entonces que las emociones son conductas inteligentes? Ciertamente creemos que sí (otra cosa será que haya sujetos más o menos eficientes en su manejo). Su objetivo es aumentar la supervivencia y el bienestar del organismo, y, desde luego, no podemos negar que a lo largo de la historia evolutiva hayan supuesto una ventaja adaptativa. Sin embargo, a medida que el contexto vital del ser humano se ha ido haciendo más complejo (y las organizaciones sociales en las hoy día vivimos son quizás el mejor ejemplo de ello), aquellas respuestas inteligentes, pero más o menos estereotipadas, se fueron quedando cortas y fue haciéndose necesaria una mayor flexibilidad cognitivo-conductual que permitiese diferenciar nuevos matices.

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