Arrogancia

La naturaleza de los hombres soberbios y viles es mostrarse insolentes en la prosperidad y abyectos y humildes en la adversidad
Nicolás Maquiavelo

Hace ya un tiempo, en un seminario sobre autoestima, uno de los participantes me preguntaba

Tengo muy claro que no puedo seguir así. Todo el mundo me pasa por encima. Mi generosidad y modestia son casi enfermizas. Pero -seguía su comentario- me preocupa que, al aprender a tener autoestima caiga en la arrogancia.

Mi contestación fue que no hay terapia que pueda conseguir que cambiemos de ser una persona que se cuestiona continuamente, y que tiene poca confianza en si misma, a una persona arrogante.

Y así es. En un buen taller, el trabajo se comienza precisamente rompiendo estos esquema que confunden la generosidad o la modestia, virtudes deseables donde las encontremos, con la razón de la carencia de autoestima.

Es precisamente todo lo contrario. Por lo general, quien deja a un lado el altruismo, o el reconocimiento del papel de los demás en sus logros, quien corre el peligro de caer en la arrogancia.

Ésta, además, no puede venir de un auto concepto positivo. Al contrario, la persona arrogante intenta compensarlo con actuaciones o afirmaciones que desdeñan a los demás.
Por esto, la arrogancia no es autoestima, es un subproducto indeseable de una pobre consideración de uno mismo. Que hace, como quien se autoadministra una droga, necesario reafirmar nuestra valía, minusvalorando la de los demás.

La autoestima puede tener un papel importante en como nos sentimos respecto a nosotros mismos como disfrutamos de las cosas o nos preocupamos de ellas.

La autoestima no tiene que ver con jactarse, sino con llegar a saber qué cosas haces bien y cuáles no tanto. Muchos pensamos en cuánto nos agradan otras personas o cosas, pero realmente no pensamos demasiado en si nos agradamos a nosotros mismos.