Energía

Había sido un hombre que se deleitaba con lo espantosa que era su vida, y prefería quejarse a cambiarla.

John Katzenbach

Últimamente me está pasando algo muy raro. Igual es un ataque de madurez o simplemente una cuestión de economía cerebral. Me explico.

Dicen que dos no pelean si uno no quiere. Supongo que es cierto. Porque cada vez me siento menos tentado a responder a comentarios o actitudes negativas, que buscan mi complicidad. A ese tipo de parloteo de «todo va mal» o simplemente «que mal me va la vida por culpa de los demás». No me estoy refiriendo a alzar mi voz contra aquello que me parece mal o injusto. Es a esa forma de comunicar en la que se busca mi colaboración para corroborar una visión dramática de la vida o de cualquier cosa que se les pueda ocurrir.

Cuando ocurre es, generalmente, en forma de comentario negativo «al aire», en el cual quien lo emite busca nuestra respuesta para poder embarcarse en una retahila de quejas en las que cabe todo … «pago mis impuestos, es que están todo el día sin hacer nada, es algo vergonzoso» … son algunos de estos comentarios tóxicos, que intentan engatusarte para que los justifiques, con tu participación o aportaciones propias.

Pues bien, he descubierto que no me interesan. Que simplemente rechazar amablemente, de forma pasiva o activa, que te incluyan en estos «comandos del drama«, me hace mucho bien. No malgasto energía en ello. No me meto en barrizales mentales ajenos, muchas veces inexistentes, que alteran mi paz interior y me roban la batería que necesito para lo que realmente me importa.

No es egoísmo. Repito que si se trata de protestar por injusticias, incumplimientos o faltas de profesionalidad, estaré el primero en la lista. Pero no cuenten conmigo para la queja como forma de comunicación. No estaré ahí.

Fácil no es. Es más una cuestión de costumbre. De ir poco a poco seleccionando aquello que te aporta y dejando a un lado lo que no. Es una decisión continua. Al principio cuesta. Luego se convierte en un hábito mental sano.