No se trata de evitar, se trata de reconocer, de quererse. Es tu día. Tu momento. Tu vida. Y vale la pena. Puede ser complicado si tienes un mal día, pero te podemos ayudar a conseguirlo.
Siéntelo. Es la primera clave. Si estás de mal humor, deja que pase. Jill Boyle, neuroanatomista, nos comenta como, si dejamos que nuestra emociones circulen, pasarán por nuestro cerebro en menos de 90 segundos. Tiene mucho que ver con aquello de no encariñarse con los sentimientos negativos.
Observa. Ser más testigo de lo que sientes que parte de ello. Establecer una distancia que permita reconocer, como si fuésemos un observador externo, lo que estamos sintiendo, facilita enormemente nuestra capacidad para poder modificarlo o simplemente, dejarlo ir.
Usa TODA la información. Procesamos solo una pequeñísima parte de los que nos rodea y afecta. Es como si decidiésemos enfocarnos en aquello que nos molesta, y pusiésemos un lupa sobre ello. Hay mucha más información que el pequeño detalle que nos ha molestado. En ocasiones es suficiente con levantar la vista y sonreír a quien pasa a nuestro lado. Todo cambia.
Muévete. Una magnífica vía de hacer que tus pensamientos indeseados se vayan, es agitarlos. Camina, corre, baila … La mejor forma de conseguir que lo que parece no querer irse es ¡hacer otra cosa!
Aclara tu mente. Como si fuera un vaso que no paramos de mover, si detenemos nuestra mente, meditando, por ejemplo, nuestros pensamientos o emociones, se depositan en el fondo. Podemos hacerlo sentados, caminando o sencillamente, respirando. Los beneficios son inmediatos.
Este puede ser el principio de nuestro camino para no quedarnos “atascados” en estos pensamientos recurrentes que no parecen querer salir de nuestra cabeza. Acudir a un profesional de la psicología es también una magnífica forma para empezar a cambiar nuestro modelo de pensamiento.