No existe la guerra inevitable. Si llega, es por fallo del hombre.
Andrew B. Law
Percibir algo como inevitable es una circunstancia, cuando menos, incomoda para la mayoría de nosotros. Llevado a un grado extremo esta percepción puede convertirse en incapacidad para moverse o ningún deseo de hacerlo. Lo hemos comentado en este espacio en alguna otra ocasión.
Es el fenómeno de la indefensión aprendida. Las razones por la que ocurre tienen dos interesantes vertientes: una provocada por el aprendizaje, que nos hace pensar que podemos controlar mucho más de lo que realmente se puede. Al constatar que no es así, nos frustramos. Otra, la más conocida, por un modelo social que olvida a la persona y la deja a merced de las decisiones arbitrarias de otras personas.
Educar en la aceptación y en la autogestión, es la vía para conseguir que las personas vivan una vida más plena y consciente. Esto es revolucionario. Por un lado, implica entender que no todo es predecible (más bien poco). Por otro, comprender que nuestra existencia es cambio, y resistirse a ello, nos hace infelices.
Por esto, lo inevitable, es una potente herramienta para quien pretende que nos resignemos a «lo que nos toca», para poder usarlo en su beneficio. Paradójicamente, aquellos que no quieren que cambie nada. Y nos asustan continuamente con lo mal que nos iría si esto ocurre.
Pero lo cierto es que el único avance, tanto personal como social, proviene del cambio. De su gestión y aceptación. Resistirse a ello, provoca una incongruencia, que solo parece interesar a quien percibe, erróneamente, que puede parar el tiempo. Estas personas harán todo lo posible para que nada ni nadie a su alrededor piensen que cambiar es algo deseable.
Incluso aunque todas las evidencias nos muestren lo contrario.