Advertir la vida mientras se vive, alcanzar a vislumbrar su implacable grandeza, disfrutar del tiempo y de las personas que lo habitan, celebrar la vida y el sueño de vivir, ése es su arte.
D.C. Estrada
Cuando aumenta nuestra edad, disfrutamos más de las cosas cotidianas, mientras que los más jóvenes lo hacen de las experiencias que denominan como extraordinarias.
Esto es lo que concluye un estudio llevado a cabo con 200 personas de edades comprendidas entre los 19 y 79 años y que recoge J. Dean en Psyblog. Los autores preguntaron a los participantes acerca de sus experiencias felices, tanto habituales como extraordinarias.
Lógicamente, las experiencias extraordinarias –como un viaje de ensueño-, ocurrían con menos frecuencia que las cotidianas –como ver a tu familia-, que resultan mucho más comunes. En todos los grupos de edad, los participantes encontraban satisfacción en cualquier tipo de experiencia, fuese ordinaria o extraordinaria. Disfrutaban de sus aficiones, de estar en la naturaleza, de viajar, comer, estar enamorados o simplemente de estar relajados.
Pero eran los más mayores los que parecían obtener más placer de las experiencias cotidianas, como pasar tiempo con su familia, una sonrisa o un paseo por el parque. Los más jóvenes, por otra parte, estaban más interesados en definirse en base a sus experiencias fuera de lo corriente. Los autores explican:
“Los jóvenes buscaban encontrar experiencias extraordinarias que les definieran a lo largo de su vida, como si estuviesen construyendo un curriculum vitae experiencial”
Al parecer, enfocarnos en aquello que vivimos día a día está muy influenciado por el tiempo de vida que creemos que nos queda. Los autores señalan como los más jóvenes, aunque valoran las experiencias cotidianas, tienden a pensar que ya tendrán tiempo. A medida que nos hacemos mayores, nos damos cuenta de que mas vale disfrutar de lo que tenemos ahora que esperar a más tarde para hacerlo.
Estos descubrimientos nos hacen ser conscientes de la necesidad de disfrutar del momento. Algunas de las mejores experiencias de nuestra vida pueden pasar sin que nos demos cuenta de ello. Aprender a vivir intensamente estos momentos, sean ordinarios o extraordinarios es una habilidad que requiere práctica, pero que puede resultar muy gratificante.