Quien está donde debe estar, en el momento que es necesario, ha aprendido una de las mayores lecciones
Leocadio Martín
Han sido unos días muy duros. En esta tierra y en otras muy cercanas en el corazón, hemos vivido tragedias, más o menos imprevisibles. Personas que se van, porque la tierra se mueve, porque se cae un edificio o por un terrible accidente de tráfico.
Estas circunstancias nos hacen conscientes de la fragilidad de la vida. De como estamos sujetos a ella por hilos muy débiles. En psicología esto se denomina indefensión.
Ocurre cuando perdemos la sensación de control que creemos tener sobre nuestra vida y todo se tambalea. De un momento a otro, quienes estaban a nuestro lado, ya no lo están. O lo que es peor, no sabemos si lo estarán.
Es la espera, el proceso que se vive en los alrededores de una tragedia, mientras los equipos de rescate buscan entre los escombros o los hierros. Es algo angustioso.
El papel de la psicología en estos casos viene determinado por la urgencia. Se requiere una respuesta rápida que ponga a disposición de quienes han sufrido la tragedia, de una u otra forma, un apoyo profesional que mitigue en lo posible, la dureza de los momentos que están experimentando.
Es lo que ha ocurrido en estos días. Mis compañeros y compañeras psicólogos, han puesto en la calle su profesionalidad, su saber hacer y su disposición, para ayudar a las víctimas de una tragedia cercana, en el sur de la isla de Tenerife. Un ejercicio de generosidad sin límites que pone a las personas y a su atención en primera línea. A eso nos dedicamos.
Son estos momentos en los que me siento honrado por quienes comparten mi profesión. Dedicación, abnegación y un intenso trabajo.
Gracias colegas, por ser tan grandes.