Nos hicieron creer que cada uno de nosotros es la mitad de una naranja, y que la vida solo tiene sentido cuando encontramos la otra mitad. No nos contaron que ya nacemos enteros, que nadie en nuestra vida merece cargar en las espaldas con la responsabilidad de completar lo que nos falta
John Lennon

Hace unos días tenía la oportunidad de compartir con mujeres luchadoras de Alabente (Asociación de Anorexia y Bulimia de Tenerife), un rato de cambio y psicología con . Son momentos muy gratificantes, especiales diría yo.

En la ronda de preguntas, y supongo por mi experiencia en el campo de las adicciones, me volvieron a hacer la misma pregunta ¿Cuál es la droga más peligrosa? Confieso que estuve tentado de responder con alguna de las de siempre: el alcohol, por su facilidad y potencial destructor, la cocaína, por su imprevisibilidad, la heroína por … Todas las drogas son peligrosas por la capacidad de degradación que tienen sobre el ser humano.

Pero no respondí así. Lo cierto es que no se porque lo hice. Seguramente influenciado por la relectura de Stanton Peele y sus teorías, para mí tan acertadas, sobre la materia. En su clásica obra, Amor y Adicción, inexplicablemente no traducida al español, llegó a una conclusión: que el elemento adictivo no está tanto en la sustancia (como el alcohol, el tabaco o un narcótico) sino en la persona que sufre la adicción. En el caso de las relaciones amorosas, la necesidad incontrolable de mantenerse en contacto con la persona amada, aún a riesgo de desconectarnos de nosotros mismos, es la principal característica que la puede convertir en una adicción en toda regla.

Para amar y comprometerse de verdad, uno debe escoger libremente a la otra persona y uno de los síntomas de una adicción es que es un instinto compulsivo que limita esta libertad. Cuando hay un fuerte elemento adictivo en una relación, el sentimiento es de «tengo que seguir con esta persona, aunque la relación sea mala para mí».

La sociedad, la literatura o la música se han encargado de perpetuar este modelo de amor en el que impera la despersonalización. En el que, en muchas ocasiones, una persona se diluye en otra, dejando de quererse o apreciarse como alguien que vale la pena. Solo teniendo siginificado la vida, si es al lado de la persona que amamos, el objeto de la adicción.

Claro que si preguntamos a una persona en esta situación, rara vez va a admitir que esto sea así ¡que esperábamos! Ocurre lo mismo con las personas adictas a sustancias, conductas o juegos.

No hay consciencia de problema. Es más, parece que controlamos todo lo que ocurre, y cualquier intento por hacérselo ver, desencadena una reacción airada hacia la persona que se interese por ayudar.

La adicción al amor puede llegar a estar detrás de relaciones tóxicas o de maltrato. Se mantienen porque se siente que si se terminase, no seríamos nadie. La vida no tiene sentido, si no es con la persona que creemos que nos ama, aunque nos esté haciendo daño.
¿Y cómo saber si tenemos adicción al amor?
Seguramente sería suficiente con escuchar alguna canción de Amaral, para saberlo, perp te dejamos cuatro indicadores que pueden ser de ayuda para saber si estás en una relación adictiva.
La primera es de suponer: la compulsión. Esa necesidad de estar en todo momento con o en contacto con la persona. Saber que está haciendo, que va a hacer, que está pensando, porque lo está haciendo, si nos está queriendo, si no querrá mañana … como les decía ¡nada que una buena canción de amor no resuma a la perfección!

La segunda es el síndrome de abstinencia: «No está» Y si no está, no somos nadie. No es soledad, es una sensación de vacio que solo puede llenar el sujeto de nuestro amor dependiente. Nosotros somos totalmente incapaces de hacerlo. No podemos. No es que nos falte nuestra media naranja, es que ¡no somos naranja ya!

El tercero es el pánico que uno siente ante la posible ausencia. Quien está en una relación adictiva puede experimentarlo, solo con el pensamiento de que se rompa la relación.

El cuarto indicio de que estábamos en una relación adictiva es que, después de un tiempo de que finalice, sobreviene un sentimiento de liberación. Esto se diferencia del lento y triste proceso de aceptación y duelo, que sigue a una pérdida no adictiva.

El amor debe ser libre. Por más que nuestra cultura trate de atarlo de infinitas formas, es una elección diaria. Si no lo sentimos así y, en cambio, nos sentimos atrapados, quizás sería una buena idea plantearnos que estamos haciendo.

En esta charla de TED, la antropóloga Helen Fisher nos cuenta los sorprendentes hallazgos que obtuvo con su equipo de investigadores cuando estudió con la Resonancia Magnética el cerebro de muchas personas enamoradas y muchas que habían sido rechazadas.

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