El que puede cambiar sus pensamientos, puede cambiar su destino
Stephen Crane

Tómate un minuto para considerar estas situaciones. ¿Cuál piensas que te hará más feliz?

Planchar una camisa pensando en que estás planchando una camisa. ¿O hacerlo pensando en una maravillosa puesta de sol? Visitar el Prado, ver un cuadro de Monet, y dejarte llevar por su belleza. ¿O estar delante del cuadro pensando donde irás a cenar esa noche?

Puede que nos sorprenda, pero las investigaciones concluyen que son las situaciones primera y tercera las que más conseguirán satisfacernos. M. Killingsworth y D. Gilbert, de la Universidad de Harvard, han descubierto claras evidencias que nos muestran que una mente errática o que divaga, es una mente infeliz. Somos felices cuando nuestros pensamientos y acciones se encuentran alineados, incluso si se trata de planchar una camisa.

“La atención es como una combinación entre una linterna y una aspiradora: Destaca lo que es necesario limpiar y luego lo succiona hacia nuestro cerebro – y nosotros mismos”

Su equipo de investigación desarrolló una aplicación para móviles, para facilitar la recogida de experiencias de los participantes en el estudio. Durante varios momentos del día, esta aplicación recogía datos de la persona, mediante un breve cuestionario. Se le preguntaba si estaba feliz, que estaba haciendo y que pensaba sobre lo que estaba haciendo.

Este estudio, publicado en la revista Science, en septiembre del año 2010, se observa que la gente está pensando casi tanto en lo que no está ocurriendo como en lo que si y que, esto, les hace infelices.

Una de las conclusiones que más llaman la atención es que la felicidad es predecible. La presencia mental o, lo que es lo mismo, cuadrar nuestros pensamientos con nuestras acciones, es un predictor realmente fiable de nuestro estado de ánimo. Así, alguien que está en casa concentrado en limpiar el baño y pensando en ello nada más es mucho más feliz que quien está en la playa deseando estar observando una aurora boreal.

Nos han ido programando para vivir “en el futuro” o, en el pasado. Para desear lo que no tenemos y no disfrutar de lo que si. Nos ocurre hasta conduciendo. Ponemos el ¨piloto automático” y olvidamos que estamos a los mandos de una compleja máquina a una velocidad endiablada.

Nos autoengañamos llamándolo “multitarea” cuando lo que estamos consiguiendo es reducir la calidad de lo que hacemos y, consecuentemente, nuestra satisfacción.

Y esto, se aplica a todas las esferas de nuestra vida. Si ¡a esa especialmente! No nos quejemos de la calidad de nuestro amor, si no estamos totalmente en él.

Desarrollar la atención en lo que estamos haciendo es precisamente uno de los aspectos a cambiar para ser más felices. Es como un juego que pretende “casar” lo que pensamos con lo que hacemos. Y que se convierta en una forma de vida.

Y esto se puede hacer “recableando” nuestro cerebro. La explicación científica de este “reseteado cerebral” se denomina “neuroplasticidad dependiente de la experiencia”. Nos viene a confirmar como nuestro cerebro, que otrora veíamos como algo inamovible y en declive con los años, solo será así si nosotros queremos. No tenemos que ver sino la enorme capacidad de cambio asociada a situaciones más o menos complicadas, que tenemos las personas. Y como nuestro cerebro responde a ello. La resiliencia, o esa sorprendente capacidad de afrontar las situaciones más difíciles, es un claro ejemplo de ello.

Nuestro cerebro cambia con la experiencia, siempre. Y va cambiando más, cuanto más hacemos, cuanto más practicamos. Los redes neuronales que estamos ejercitando se fortalecen y, eventualmente, los patrones de pensamientos y hábitos mentales que los representan funcionan con menos esfuerzo. La mejor forma de cambiar nuestro cerebro no es la medicación, es la conducta. Porque es precisamente para lo que está diseñada. Para cambiar. Y no cualquier conducta. Son los pensamientos y hábitos mentales los principales actores del cambio cerebral.

Es lo que W. James llamaba: “la estructura básica de la vida mental”.

Una vez decidimos cambiar nuestros patrones de pensamiento, ya solo nos queda ponernos manos a la obra. Y para esto, la ayuda de la psicología es uno de los caminos.

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