Si podemos hacer a alguien más alegre y feliz,
deberíamos hacerlo en cualquier caso.
H. Hesse
Algunas personas hacen que la generosidad parezca enormemente fácil. Son esas que traen dulces los viernes a la oficina y que no dudan si hay que ayudar a un compañero de trabajo que esta sobrecargado de tarea, incluso si eso significa terminar más tarde su jornada. Estas personas parece que llevan “de fábrica”, la generosidad, que está inserta en sus genes. No tienen problema en poner sus intereses a un lado para ayudar a alguien. He tenido la suerte de encontrarme muchas en mi camino. A otras, sin embargo, poner a un lado lo suyo para contribuir al grupo les causa un verdadero dilema.
¿Cuál es la diferencia entre ambos tipos de actitudes? Aparte de las evidentes, y que son claramente visibles para todos, una reciente investigación neuroeconómica sugiere que ser generosos no es tan duro como pensábamos. Pero aún así, no es algo común.
Para averiguar porque a algunas personas, la generosidad les cuesta más que a otras, los investigadores estudiaron que ocurría en el cerebro cuando se toma una decisión altruista, una que beneficia a otro, a costa de uno mismo. Encontraron que dependía de la importancia que le diésemos a nuestros intereses frente a los de los demás.
Así, si eres del tipo de personas que considera las necesidades de los demás en el mismo plano que las tuyas, la generosidad tiende a ser automática. Si te preocupas más por lo que te importa a ti, serlo será mucho más difícil. Pero ¿tiene esto una explicación científica?
Para averiguar como el cerebro procesa las diferentes opciones y decide cuál es la buena o mala, y mediante el uso de modelos matemáticos, la neuroeconomía, intenta simular el comportamiento cerebral en estos procesos de decisión. Utilizando casos individualizados, se estudian las decisiones de una sola persona, y se puede predecir con cierto grado de precisión, el resto de opciones que elegirán, comenta C. Hutcherson, director del Laboratorio de Neurociencia de la Decisión en Toronto. Hutcherson y sus colegas, desarrollaron uno de estos modelos. En el mismo predecían como alguien, al tener la opción, daría o no dinero a otra persona.
Los investigadores encontraron que el cerebro calculaba dos valores: cuanto me beneficia a mi y cuanto a otra persona, separadamente. En otras palabras, se activaban diferentes partes del cerebro si pensamos en nosotros mismos o en otras personas. Pero una tercera área parecía entrar en liza a la hora de decidir. Era la que calculaba el valor total de los beneficios calculando lo que reportaba a a los demás y a nosotros mismos.
Llevamos debatiendo sobre la generosidad desde siempre. Unos diciendo que no está en nuestra naturaleza (supervivencia del más fuerte), y otros que si lo está, ya que siempre hemos trabajado en grupos. Ambas opciones han puesto sus argumentos sobre la mesa: son varios los estudios que han conectado el altruismo con áreas cerebrales asociadas al autocontrol (lo que puede sugerir que supone un mayor esfuerzo pensar en los demás); y con la recompensa (lo que podría indicar que estamos siendo “generosos”, solo para sentirnos bien). Pero lo que sugieren las nuevas investigaciones es que no todo es tan sencillo. Los seres humanos podemos estar tomando opciones que beneficien a los demás habiendo valorado ambas posibilidades.
Este estudio parece confirmar la complejidad de nuestras decisiones, aunque parezca que lo hacemos de forma inmediata. Si, hay personas, que siempre tomarán la opción altruista. Pero esto no quiere decir que quien no lo haga, sea siempre así. De hecho, en este segundo caso, la persona sigue valorando los beneficios propios y ajenos. Y si así lo considera y entiende, tomará una decisión generosa si le hace sentir bien, además de beneficiar a otras personas.