La excelencia moral es resultado del hábito. Nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados, realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía.
Aristóteles
Hay diferentes formas en las cuales cambiamos nuestras creencias y nuestras acciones para percibirnos como buenas personas. Nos gusta pensar, por ejemplo, que nos merecemos premios por todo aquello que las miembros de nuestro grupo hayan hecho. Sin embargo nunca nos plantearemos ser castigados por lo malo, en ese caso somos victimas. Un buen ejemplo lo podemos estar viendo en nuestro país con nuestros responsables políticos.
Un estudio llevado a cabo en la Universidad de Harvard, revela como distorsionamos nuestras acciones, para adecuarlas a nuestro patrón moral. Cuando hacemos algo que rompe ese patrón, simplemente olvidamos que existen.
En este estudio llevado a cabo por Liu y Ditto, se les dio a los participantes la oportunidad de comportarse de forma deshonesta, y ganar dinero sin merecerlo, informando de resultados “inflados”, en una tarea de habilidad. Antes de la tarea, se les explicó una serie de reglas morales a seguir (v.g. código de honor). Durante el transcurso de la experiencia se comprobó que aquellos que hacían trampas eran los más propensos a olvidar el código, a pesar de que recordaban otros tipos de información sin valor moral.
Nos gusta hablar de códigos morales. Pero la evidencia muestra que la imagen de una serie reluciente de reglas qué guían nuestras decisiones, no es cierta. Más bien parece que la moral la constituyen una amalgama de supuestos condicionados, en muchos casos, por nuestras acciones, las de los demás, que es lo que queremos hacer, ahora o que queremos en el futuro. Probablemente si fuéramos conscientes de esto, el mundo sería mejor. Si no creyésemos estar en posesión de la verdad aprenderíamos a entender los cambios que se producen a nuestro alrededor. Especialmente porque esa verdad de ahora puede no ser la misma de hace unos días, meses o años, o la de un futuro más o menos próximo. Es inimaginable los beneficios que conllevaría para nosotros y la sociedad en la que nos vivimos, tan propensa a encumbrar y a destruir, a dar lecciones de ética y no ser capaz de convivir con lo diferente.
El estudio concluye con una especie de paradoja como la del huevo y la gallina. Parece algo muy claro que nuestras creencias morales guían la mayoría de nuestras acciones. Pero cuando nos las saltamos, generalmente procedemos a cambiarlas con el fin de asegurar una coherencia que a priori no existía. Nuestros actos son el resultado de nuestras creencias y viceversa. ¿Qué es lo primero?
Quizás habría que modificar el dicho popular para la moralidad y que quedase en algo como:
La excepción “conforma” la regla.
Publicado originalmente en Enero 2013