Tomamos extrañas medicinas para mejorar nuestra salud, por lo que debemos tener extraños pensamientos para fortalecer la sabiduria.

Brian Aldiss

¡Anímate, verás que puedes salir de esto!¿Qué haces en casa?¡Sal a la calle!¡No entiendo lo que te ocurre, si es algo muy sencillo lo que te estoy pidiendo!

Podría seguir hasta el infinito recogiendo frases que habitualmente dirigimos a las personas que padecen algún tipo de trastorno mental. Lo hacemos, en ocasiones con buena voluntad. Estamos convencidos que les va a venir bien nuestro apoyo. Creemos que solo tienen que plantearse cambiar como se encuentran para conseguirlo. Y no somos conscientes del daño que podemos estar haciendo a quien lo sufre.

Llegamos a plantearnos que la persona esta padeciendo algo porque así, lo ha decidido, que tiene opciones para salir y, simplemente, no lo hace. O, lo que puede ser peor, que se pone en un papel de víctima voluntariamente para conseguir que los demás nos compadezcamos de su situación y hagamos lo que quiere. Nada más lejos de la realidad.

Uno no elige padecer un trastorno mental. Este viene. Aparece, por las razones que sea, y lo tenemos encima. Es como si vamos caminando por la calle y tropezamos en un hueco, nos rompemos el tobillo y nos metemos en un larguísimo período de recuperación de nuestra forma de andar. Lo que ocurre es que en este ejemplo, es algo visible y, aunque podamos pensar que si hubiese estado pendiente por donde caminaba no hubiese tropezado, somos mucho más comprensivos que con la enfermedad que ocurre en nuestro cerebro. Quizás sea porque no lo vemos.

loneliness-and-depressionA esto también puede estar contribuyendo, sin duda, la aparición de los mensajes y propuestas de crecimiento personal que nos inundan por todos lados. Parece que todos los cambios que nos podamos proponer dependen exclusivamente de nosotros. Que si queremos hacerlo, solo tenemos que ponernos a ello. Y puede resultar algo realmente muy peligroso. E injusto.

Es momento de aclarar algunos conceptos respecto a los trastornos mentales que puedan contribuir a que nuestra comprensión de ellos mejore y a que nuestro apoyo a quien los padece sea mucho mayor y efectivo.

Los trastornos como la depresión, la ansiedad o la esquizofrenia son enfermedades mentales. Pero quizás lo más importante que debemos entender es precisamente esto. Son enfermedades. Como puede ser un cáncer de colón o una diabetes. Y las tratan profesionales. En este caso, de la psicología o de la psiquiatría. Son los que saben hacerlo. Y ofrecen garantías para ello.

En segundo lugar, y aunque algunas de las enfermedades mentales podamos asociarlas a circunstancias externas como pérdidas familiares o cambios radicales en nuestra vida, no es tan sencillo como pensar que si estas se olvidan o vuelven a cambiar, la persona saldrá de su depresión o de su trastorno de ansiedad. No funciona así.

Como todas las enfermedades, requieren de un apoyo profesional, que ayude a recomponer la interpretación de las circunstancias que la provocaron y a ir adaptándose a pequeños cambios.

En tercer lugar, debemos ser conscientes del estigma de la enfermedad mental. Que va desde el juicio desinformado o la incomprensión, que da título a nuestro artículo de hoy, hasta el miedo y el castigo, si llegamos a las esquizofrenias o a las patologías psicóticas.

Por último, y aunque puede resultar repetitivo, me gustaría recordar que en tratamiento de los trastornos mentales, la voluntad no es suficiente. Y además puede llevarnos a que quien los padece, crean que si lo es. E intente auto tratarse o, lo que es peor, caiga en manos de personas sin escrúpulos que le prometen curas milagrosas. La voluntad forma parte del proceso de tratamiento de cualquier trastorno de este tipo. Pero es una herramienta más, no la cura.

Como reflexión final, me gustaría que nos quedásemos con lo ya dicho. Quien sufre un trastorno mental no lo hace por voluntad propia.

Publicado originalmente el 31/05/2014  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tomamos extrañas medicinas para mejorar nuestra salud, por lo que debemos tener extraños pensamientos para fortalecer la sabiduria.

Brian Aldiss

 

¡Anímate, verás que puedes salir de esto!¿Qué haces en casa?¡Sal a la calle!¡No entiendo lo que te ocurre, si es algo muy sencillo lo que te estoy pidiendo!

Podría seguir hasta el infinito recogiendo frases que habitualmente dirigimos a las personas que padecen algún tipo de trastorno mental. Lo hacemos, en ocasiones con buena voluntad. Estamos convencidos que les va a venir bien nuestro apoyo. Creemos que solo tienen que plantearse cambiar como se encuentran para conseguirlo. Y no somos conscientes del daño que podemos estar haciendo a quien lo sufre.

Llegamos a plantearnos que la persona esta padeciendo algo porque así, lo ha decidido, que tiene opciones para salir y, simplemente, no lo hace. O, lo que puede ser peor, que se pone en un papel de víctima voluntariamente para conseguir que los demás nos compadezcamos de su situación y hagamos lo que quiere. Nada más lejos de la realidad.

Uno no elige padecer un trastorno mental. Este viene. Aparece, por las razones que sea, y lo tenemos encima. Es como si vamos caminando por la calle y tropezamos en un hueco, nos rompemos el tobillo y nos metemos en un larguísimo período de recuperación de nuestra forma de andar. Lo que ocurre es que en este ejemplo, es algo visible y, aunque podamos pensar que si hubiese estado pendiente por donde caminaba no hubiese tropezado, somos mucho más comprensivos que con la enfermedad que ocurre en nuestro cerebro. Quizás sea porque no lo vemos.

A esto también puede estar contribuyendo, sin duda, la aparición de los mensajes y propuestas de crecimiento personal que nos inundan por todos lados. Parece que todos los cambios que nos podamos proponer dependen exclusivamente de nosotros. Que si queremos hacerlo, solo tenemos que ponernos a ello. Y puede resultar algo realmente muy peligroso. E injusto.

Es momento de aclarar algunos conceptos respecto a los trastornos mentales que puedan contribuir a que nuestra comprensión de ellos mejore y a que nuestro apoyo a quien los padece sea mucho mayor y efectivo.

Los trastornos como la depresión, la ansiedad o la esquizofrenia son enfermedades mentales. Pero quizás lo más importante que debemos entender es precisamente esto. Son enfermedades. Como puede ser un cáncer de colón o una diabetes. Y las tratan profesionales. En este caso, de la psicología o de la psiquiatría. Son los que saben hacerlo. Y ofrecen garantías para ello.

En segundo lugar, y aunque algunas de las enfermedades mentales podamos asociarlas a circunstancias externas como pérdidas familiares o cambios radicales en nuestra vida, no es tan sencillo como pensar que si estas se olvidan o vuelven a cambiar, la persona saldrá de su depresión o de su trastorno de ansiedad. No funciona así.

Como todas las enfermedades, requieren de un apoyo profesional, que ayude a recomponer la interpretación de las circunstancias que la provocaron y a ir adaptándose a pequeños cambios.

En tercer lugar, debemos ser conscientes del estigma de la enfermedad mental. Que va desde el juicio desinformado o la incomprensión, que da título a nuestro artículo de hoy, hasta el miedo y el castigo, si llegamos a las esquizofrenias o a las patologías psicóticas.

Por último, y aunque puede resultar repetitivo, me gustaría recordar que en tratamiento de los trastornos mentales, la voluntad no es suficiente. Y además puede llevarnos a que quien los padece, crean que si lo es. E intente auto tratarse o, lo que es peor, caiga en manos de personas sin escrúpulos que le prometen curas milagrosas. La voluntad forma parte del proceso de tratamiento de cualquier trastorno de este tipo. Pero es una herramienta más, no la cura.

Como reflexión final, me gustaría que nos quedásemos con lo ya dicho. Quien sufre un trastorno mental no lo hace por voluntad propia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tomamos extrañas medicinas para mejorar nuestra salud, por lo que debemos tener extraños pensamientos para fortalecer la sabiduria.

Brian Aldiss

 

¡Anímate, verás que puedes salir de esto!¿Qué haces en casa?¡Sal a la calle!¡No entiendo lo que te ocurre, si es algo muy sencillo lo que te estoy pidiendo!

Podría seguir hasta el infinito recogiendo frases que habitualmente dirigimos a las personas que padecen algún tipo de trastorno mental. Lo hacemos, en ocasiones con buena voluntad. Estamos convencidos que les va a venir bien nuestro apoyo. Creemos que solo tienen que plantearse cambiar como se encuentran para conseguirlo. Y no somos conscientes del daño que podemos estar haciendo a quien lo sufre.

Llegamos a plantearnos que la persona esta padeciendo algo porque así, lo ha decidido, que tiene opciones para salir y, simplemente, no lo hace. O, lo que puede ser peor, que se pone en un papel de víctima voluntariamente para conseguir que los demás nos compadezcamos de su situación y hagamos lo que quiere. Nada más lejos de la realidad.

Uno no elige padecer un trastorno mental. Este viene. Aparece, por las razones que sea, y lo tenemos encima. Es como si vamos caminando por la calle y tropezamos en un hueco, nos rompemos el tobillo y nos metemos en un larguísimo período de recuperación de nuestra forma de andar. Lo que ocurre es que en este ejemplo, es algo visible y, aunque podamos pensar que si hubiese estado pendiente por donde caminaba no hubiese tropezado, somos mucho más comprensivos que con la enfermedad que ocurre en nuestro cerebro. Quizás sea porque no lo vemos.

A esto también puede estar contribuyendo, sin duda, la aparición de los mensajes y propuestas de crecimiento personal que nos inundan por todos lados. Parece que todos los cambios que nos podamos proponer dependen exclusivamente de nosotros. Que si queremos hacerlo, solo tenemos que ponernos a ello. Y puede resultar algo realmente muy peligroso. E injusto.

Es momento de aclarar algunos conceptos respecto a los trastornos mentales que puedan contribuir a que nuestra comprensión de ellos mejore y a que nuestro apoyo a quien los padece sea mucho mayor y efectivo.

Los trastornos como la depresión, la ansiedad o la esquizofrenia son enfermedades mentales. Pero quizás lo más importante que debemos entender es precisamente esto. Son enfermedades. Como puede ser un cáncer de colón o una diabetes. Y las tratan profesionales. En este caso, de la psicología o de la psiquiatría. Son los que saben hacerlo. Y ofrecen garantías para ello.

En segundo lugar, y aunque algunas de las enfermedades mentales podamos asociarlas a circunstancias externas como pérdidas familiares o cambios radicales en nuestra vida, no es tan sencillo como pensar que si estas se olvidan o vuelven a cambiar, la persona saldrá de su depresión o de su trastorno de ansiedad. No funciona así.

Como todas las enfermedades, requieren de un apoyo profesional, que ayude a recomponer la interpretación de las circunstancias que la provocaron y a ir adaptándose a pequeños cambios.

En tercer lugar, debemos ser conscientes del estigma de la enfermedad mental. Que va desde el juicio desinformado o la incomprensión, que da título a nuestro artículo de hoy, hasta el miedo y el castigo, si llegamos a las esquizofrenias o a las patologías psicóticas.

Por último, y aunque puede resultar repetitivo, me gustaría recordar que en tratamiento de los trastornos mentales, la voluntad no es suficiente. Y además puede llevarnos a que quien los padece, crean que si lo es. E intente auto tratarse o, lo que es peor, caiga en manos de personas sin escrúpulos que le prometen curas milagrosas. La voluntad forma parte del proceso de tratamiento de cualquier trastorno de este tipo. Pero es una herramienta más, no la cura.

Como reflexión final, me gustaría que nos quedásemos con lo ya dicho. Quien sufre un trastorno mental no lo hace por voluntad propia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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