Nuestro organismo, como el de todos los animales, incluye una gran cantidad de conducta refleja y automática, controlada por el cerebro, de la que apenas nos percatamos. No obstante, nadie debería imaginar esa actividad inconsciente como un algo interior e independiente que controla misteriosamente nuestro comportamiento.

Si todo lo que hacemos habitualmente lo tuviésemos que hacer conscientemente, es decir, pensando en ello y decidiéndolo voluntariamente, es posible que fuésemos un desastre, pues continuamente cometeríamos errores y equivocaciones. Las máquinas y los artilugios técnicos automáticos, que trabajan todos ellos sin ningún atisbo de consciencia, son capaces de ejecutar funciones con un grado extraordinario de eficacia. No sólo lo hacen muy bien, sino que además no se equivocan nunca, salvo cuando se averían. Afortunadamente, casi todo lo que hace el cerebro lo hace también de ese modo, como un automatismo inconsciente. Nuestro organismo, como el de todos los animales, incluye una gran cantidad de conducta refleja y automática, controlada por el cerebro, de la que apenas nos percatamos. No obstante, nadie debería imaginar esa actividad inconsciente como un algo interior e independiente que controla misteriosamente nuestra conducta.

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