Internet nos expone. Especialmente sus redes sociales, que consiguen que afloren las opiniones de muchas personas con una vida interior muy pobre. Es así de crudo, pero ocurre. Es como el muro de las vergüenzas. El lugar donde muchos personajes han vertido su opinión o (ir)reflexión en un momento dado, para luego arrepentirse de haberlo hecho. Obligados por las críticas o por una vuelta a la lucidez (sic).
Pero ahí no queda este asunto. Porque la falta de filtros (o la ignorancia de su uso) provoca que, en nuestras pantallas personales, aparezcan los comentarios de cualquier descerebrado o descerebrada que ha decidido volcar su miseria en el Twitter.
Estos personajes se creen, por ejemplo, en el derecho de manifestar su frustración porque no han puesto su programa de telebasura para informar de un accidente aéreo. Afortunadamente, para la mayoría de nosotros, esto queda en una mancha entre las múltiples muestras de solidaridad, empatía y compasión, que inundaron las redes sociales.
Pero si algo deja en evidencia estas situaciones es la persistencia del sesgo negativo, que nos hace quedarnos en esta muestra de desconsideración e inhumanidad frente las muchas más de apoyo y consuelo. Y, mucho más, estos comentarios constatan la necesidad de educar en emociones y valores, desde la escuela y mucho más.
El Social Media Marketing no puede quedarse fuera de esta labor. La ética y la labor comercial debe ir mucho más allá de los aspectos meramente comerciales. Se hace imprescindible considerar un código de buenas prácticas que facilite un espacio virtual creativo y respetuoso.