El éxito de Russ Duritz (Bruce Willis) muchos lo querrían tener. Triunfador en su profesión de asesor de imagen, tiene el crédito de sus clientes y un alto estatus social. Pero todo es simple apariencia. Su vida interior naufraga, aunque no quiera reconocerlo. La “burbuja” donde se recluye lo aísla del contacto amable con los demás. Todo en él es arisco, desagradable e incluso cruel con quienes muestran sus sentimientos. Pero esa “burbuja” estalla cuando un niño irrumpe en su cotidiana y “triste” existencia, para ponérsela patas arriba hasta hacerle cambiar. Lo increíble es que ese chico es él mismo con ocho años.
La catarsis del protagonista adulto es construida en clave de comedia, con situaciones de enredo y estupendos diálogos. Y se ilustra con la presencia de un “Pepito Grillo” tan ingenuo como lo puede ser cualquier crío y, al mismo tiempo, tremendamente divertido y sensible. Spencer Breslin es Rusty, el alter ego infantil de Bruce Willis, el espejo limpio donde mirarse para deshacer su condición de “pringado” y recuperar la ilusión de lo que siempre quiso ser: piloto.
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