Nos sobreponemos a los malos momentos mucho más rápido de lo que pensamos. Y esto ocurre gracias al sistema inmune psicológico.
Es uno de los fenómenos más increíbles que caracteriza al cerebro humano, la resiliencia. Este término técnico, apenas conocido por el gran público, y usado para definir la capacidad humana de lidiar con los malos momentos de forma que, en ocasiones, puede llegar a ser extraordinaria, se ha popularizado. En este año, de hecho, se incluirá en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
Aunque la vida puede ser muy triste en determinadas circunstancias, es sorprendente como somos capaces de buscar la forma de salir adelante, casi sin ayuda, más rápido de lo que podíamos prever y con una sonrisa en la cara.
Pero ¿cómo puede ser que un día parezca que el mundo se viene abajo y al siguiente aparezca la esperanza?. Y ¿cómo puede ocurrir que un momento de tristeza que parece una losa inamovible de repente parezca tener alas y se aleje en el cielo azul?
Pues el secreto de esto es que todos tenemos un arma secreta contra estos malos momentos: nuestro sistema inmune psicológico. Aparece cuando experimentamos situaciones complicadas y es como si nos enviara una inyección emocional para protegernos y hacernos salir de ella.
La diferencia entre este sistema inmune psicológico y el físico es el desconocimiento del primero que tenemos. Mientras el físico hemos aprendido a manejarlo, a potenciarlo e incluso, a medirlo, el de nuestra cabeza llevamos achacándolo toda la vida a circunstancias casi casuales o mágicas.
Pero la realidad es otra. Este sistema inmunológico, la más conocida como resiliencia, se puede entrenar. De hecho hace varias décadas que hemos estado haciéndolo. Es el trabajo que se comenzó a hacer con enfermos infantiles de cáncer a los cuales se les dejaba un juego de ordenador en donde debían destruir células cancerígenas como si de marcianitos se trataran.
La aparición del VIH, también demostró la importancia de la respuesta inmunopsicológica para afrontar la enfermedad y para atenuar sus efectos. Hemos recorrido un gran camino. Aunque para muchos de nosotros sea desconocido.
Nuestra capacidad de resiliencia es mucho mayor de lo que creemos. Partiendo además de que muchos de nosotros ni pensamos que la tenemos. Pero ¿en cuantas ocasiones hemos admirado como sobrelleva alguien una situación complicada y pensado que no seríamos capaces? Luego llega la vida, nos pone en un brete y nos sorprendemos saliendo adelante como no pensábamos que pudiésemos. Aparece nuestra resiliencia.
Y esta es una de las características más curiosas de ella. Todos la tenemos y nadie parece reconocerlo. De hecho, y como recogen los experimentos llevados a cabo por Dan Gilbert en los noventa, si se nos pone en una situación en la que tengamos que predecir como salir adelante en un momento decepcionante somos bastante duros con nosotros mismos. La mayoría piensa que no seremos capaces.
Sin embargo, y es lo que concluye Gilbert en sus estudios, cuando esta situación es real (ser rechazados en una entrevista de trabajo, en sus experimentos), la curva se invierte. Encontró que la mayoría de los participantes, prácticamente de forma inmediata, ponía en marcha su sistema de protección y comenzaban a buscar otras posibilidades.
El trabajo que nos queda a los profesionales de la psicología en este momento es precisamente conseguir que seamos conscientes de esto. Que entendamos que ocurre en nuestra cabeza cuando imaginamos que algo malo puede ocurrir y que, también asumamos que nuestra reacción va ser mucho mejor que la que prevemos.
En el fondo, que entendamos que esto de la resiliencia no es algo extraño que ha inventado la psicología, es algo que poseemos todos los seres humanos. Solo debemos ponerla a trabajar.
Este sistema inmune psicológico, cada cual le da un nombre, seas o no religioso, pesimistao óptimista, etc. Un castizo diría: «si no existiera habría que inventarlo». Creo que las personas extremadamente sensibles quizás arranquen con un poquito de desventaja.Son más dadas a darle vueltas a la cabeza sin salir de sus pensamientos improductivos. Leo, merece la pena saber que a este armario de recursos a lo «MacQuiver» le hemos puesto un nombre: Resiliencia.
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