Pues bien. Ya han pasado dos meses desde que comenzó el año 2013. ¿Cómo van esos propósitos que nos planteamos el 1 de Enero? Lo se, es una pregunta con trampa. La mayoría de nosotros apenas duramos un par de semanas con nuestra batería de cambios. Teníamos las mejores intenciones pero hemos vuelto a nuestro sedentarismo, a nuestros malos hábitos de comida y seguimos acostándonos muy tarde.
¿Por qué somos tan desastres?
Principalmente porque nos planteamos objetivos poco realistas o excesivamente vagos. Al hacerlo, cualquier pequeño traspiés consigue que nos desmotivemos y cejemos en nuestro empeño. Es por esto que les aconsejamos en su momento que fueran comedidos en sus objetivos y, sobre todo, que los desmenuzaran lo más posible.
La investigación nos explica como, al plantearnos esos objetivos, tenemos la capacidad de “vernos” consiguiéndolos. Y esto produce un efecto paradójico. Sentimos que ya estamos allí, que ya lo hemos conseguido, y nos baja la motivación para seguir con nuestro empeño.
Además de estos obstáculos también estamos condicionados por nuestra poca capacidad para imaginarnos en el futuro de forma realista. No conseguimos vernos sufriendo las consecuencias de nuestras malas decisiones actuales. De hecho, lo que parece ocurrir es que nos distanciamos emocionalmente de esas posibles consecuencias de forma que no las relacionamos con nosotros.
Apoyando esta idea, diferentes investigaciones sugieren que mostramos los mismos sesgos atencionales cuando hacemos estimaciones acerca de nosotros mismos que cuando las hacemos respecto a otras personas. Nos vemos como extraños en el futuro, parece ocurrir. Incluso la activación cerebral cuando hablamos de nosotros y de otras personas, no difiere apenas.
Entonces, si vivimos nuestro propio yo en el futuro como el de un extraño ¿cómo podemos esperar que nos preocupe como nos afecte lo que hacemos en la actualidad dentro de unos años o, incluso unas horas?
Cuantas veces nos hemos dicho, ¡ya fregare los platos más tarde! sin ser conscientes que “más tarde” nos va a resultar incluso mas tedioso que ahora hacerlo.
Las investigaciones llevadas a cabo por H. Hershfield sugieren que las personas que se sienten menos conectadas con su “yo futuro”, es más probable que se mezclen en cuestiones poco éticas, menos ahorro y sean más propensos a valorar las ganancias inmediatas frente a ganancias futuras, aunque éstas puedan ser mucho mayores. Las implicaciones para la conducta consumista que premia la satisfacción inmediata, como puede ser el uso de sustancias o las compras desenfrenadas, constituye un efecto evidente de esta incapacidad de “vernos en el tiempo”.
¿Cómo podríamos conseguir reducir esa distancia emocional que parecemos tener con nosotros mismos pasados unos años? Son varias las propuestas que hacen los psicólogos en diferentes experimentos.
Una sencilla, y que parece funcionar, es que escribamos como nos imaginamos. De esta manera se consigue que establezcamos esa necesaria conexión con nosotros en la actualidad.
Otro estudio considera la posible dependencia que podamos tener. Se les pide, a personas con un plan de pensiones, que valoren como pueden estar físicamente o mentalmente en el futuro, para sugerirles que aumenten la cuantía de sus cuotas, sin conseguirlo. Los autores comentan que, a pesar de valorar la necesidad de asegurar económicamente nuestro futuro, pocos de nosotros nos planteamos un escenario que pueda conllevar tener que ser atendidos o necesitar determinadas ayudas para desenvolvernos.
Una forma original para acercarnos a nuestro futuro puede ser utilizando un programa de envejecimiento por ordenador de los que podemos tener en cualquier ordenador o móvil. Esto provocará que nos sintamos más cerca de nosotros mismos y nos planteemos “querer” a ese viejito o viejita que aparece en la pantalla.
Otros lo tenemos más fácil. Basta con mirar a nuestro hijo o a nuestro padre para darnos cuenta de donde venimos y adonde vamos.
Y ¿qué quieren que les diga? ¡Me gusta como era y como seré!