Todos deseamos tomar la decisión adecuada siempre que sea posible. Pero, paradójicamente, como recoge Psychology Today, cuanta más aprendemos, más complicado resulta. Es más, parece que cuanta más información poseemos tomamos peores decisiones.

¿Por qué ocurre esto?. Aparentemente, a pesar de estar preparados para tomar una determinación, tenemos algo así como una necesidad compulsiva de “llenar los huecos” que faltan en nuestra batería de datos, aunque no sean relevantes.

Esto parece ocurrir porque nuestra mente odia la incertidumbre, la asocia con aleatoriedad o peligro. Si falta información, nuestro cerebro, simplemente, da la voz de alerta y nos obliga a buscarla. Una vez estamos inmersos en esta búsqueda, asumimos que debe ser algo importante y dedicamos muchos recursos a ello.

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Esto, inevitablemente, retrasa nuestras decisiones. Y, además, en la gran mayoría de las ocasiones, nos lleva ha hacerlo de forma incorrecta, ya que ponemos todos los datos disponibles a un mismo nivel y no somos capaces de decidir cuales son los relevantes para la opción que queramos elegir.

La clave para no caer en esta especie de obsesión por controlar todos los detalles reside en la naturaleza de la decisión que debamos tomar. El tiempo que empleemos en buscar información para sustentarla debe ser proporcional a la relevancia de la misma. Obviamente no es lo mismo comprar un par de zapatos que saber que trabajo nos gustaría. Realmente, lo que nos hace aprender es precisamente eso, decidir y si no resulta ser correcta la opción elegida, cambiarla.

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