La pregunta está resultando clave en los últimos años, tanto en el ámbito de la psicología positiva como en nuestra vida diaria. ¿Qué preferimos? ¿Una nueva televisión o un viaje a un lugar que no conocemos? En una entrada anterior ya hemos comentado la tendencia de las experiencias a crear más satisfacción que las posesiones materiales. La evidencia científica apoya consistentemente el mayor impacto sobre la calidad de vida y la felicidad que tienen las experiencias.
Este impacto emocional positivo parece estar muy claro. Pero además parece que las creencias acerca del materialismo y la felicidad tienen un impacto directo en nuestra vida cotidiana.
En dos estudios recientes se ha hallado una conexión directa entre el materialismo y una pobre gestión económica. Si entendemos que las posesiones no son la clave de la felicidad emplearemos nuestro dinero de forma más sabia.
La razón es bien sencilla. El materialismo condiciona el análisis costo-beneficio de las personas. Si creemos irracionalmente que un producto nos va a hacer más felices, pagaremos lo que sea por él, concluyen los autores del primer estudio. Si además creemos que son las posesiones las que nos conducirán a la felicidad apunta el segundo estudio, evitaremos considerar todo aquello que nos impida obtener lo que deseamos, incluso si esto significa dinamitar nuestras finanzas. El presupuesto de que dispongamos, puede conducir a una confrontación entre la consideración ideal de si mismo -poseyendo determinados productos-, y la real -sin capacidad económica para ello-. Esto lleva al individuo a una continua frustración, que le impulsa a olvidar la gestión de sus gastos.
Volviendo a la pregunta original entre experiencias y posesiones, parece ser que la educación sobre lo valioso de las experiencias va más allá de las cuestiones emocionales. Reducir la importancia de lo material no solo contribuye a una vida más plena, sino que asegura una mejor gestión de nuestra economía.