Eran sensaciones; pero dentro de ellas había elementos increíbles de tiempo y de espacio…Cosas que en el fondo poseen una existencia clara y definida.

H. P. Lovecraft

En los últimos años hemos ido incorporando a nuestro lenguaje cotidiano multitud de palabras con nuevas acepciones. La psicología, especialmente, ha contribuido a esta “popularización” de términos de forma muy relevante.

Los términos puramente diagnósticos como ansiedad o depresión, son frecuentemente utilizados para definir estados más o menos normales, como ya hemos comentado en algún otro post en este espacio. De la misma forma, otros conceptos como la resiliencia, un concepto técnico para explicar la capacidad de soportar adversidades que tenemos los humanos se popularizó tras los atentados del 11S.

Otro de los términos curiosos que se ha incorporado a nuestro acervo lingüístico coloquial es fluir. Esta palabra es usada, indiscriminadamente, en diversos contextos para indicarnos, que nos relajemos, nos tranquilicemos o simplemente pensemos en otra cosa, para salir de una situación que nos incomoda particularmente.

Pero ¿lo estamos utilizando correctamente? Si leemos con atención Fluir, de Mihaly Csikszentmihalyi, uno de los padres de la psicología positiva y quien acuño el término, tenemos que afirmar rotundamente que no. Fluir no es lo que pensamos que es. Lo intento explicar con un ejemplo personal.

Hace ya muchos años, y tras abandonar el tabaco, comencé a correr. Era algo que no había hecho nunca y lo tomé como una forma de no subir desmesuradamente de peso. Corría el año 96, y no eran muchas las personas con mí, digamos, volumen corporal, los que corríamos, lo cuál tenía sus pros y sus contras. Tras unos primeros días entrenando en los alrededores de mi casa, algunos de los corredores habituales se acercaron a mí y comenzaron a aconsejarme. ¡No saltes tanto, te dolerán las rodillas! ¡Mueve los brazos así, te irá mejor! Realmente no tengo palabras para agradecerles a aquellos amigos lo que me ayudaron en su momento.

Tras un tiempo, esto de correr me iba gustando. Estaba más tiempo y disfrutaba más. Un día se me acercó un nuevo amigo y comenzamos a correr juntos. Me preguntaba como me iba y si me estaba gustando. Le dije que sí. Que además, había momentos en que parecía que el tiempo se paraba, entraba en una cadencia de pasos rítmica y me sentía que podía estar así mucho rato.

– Ahhh, ¡ya estás cogiendo sensaciones! –, dictaminó. Yo asentí, pretendiendo saber lo que me decía y sobre todo, con muchas ganas de reírme. ¿Coger sensaciones? ¡Hay que ver lo que la gente inventa y el desconocimiento que tienen!, pensé. Las sensaciones se sienten, no se “cogen” o atrapan.

¡Que desencaminado estaba!

Unos años más tarde leí Fluir, y me di cuenta que eso era lo que experimentaba corriendo, las sensaciones, no eran otra cosa que un estado mental especial que te absorbe. Te proporciona la experiencia de estar completamente inmerso en lo que estás haciendo.

Cuando fluyes el tiempo pasa volando, sientes que lo que haces es especial, te activas, sientes control total y tienes una experiencia intrínsecamente reforzante.

Para alcanzar este estado de fluir necesitamos estar motivados internamente y sentir que la tarea exige que lleguemos a nuestro límite, sin producirnos ansiedad.

La experiencia se ha estudiado entre cirujanos, escritores, artistas, deportistas o simplemente en reuniones de amigos. La sensación de fluir es independiente de lo que hagamos.

No es fácil conseguirlo, pero experimentar un estado de flujo es algo muy gratificante.

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